Azrael, Belcebú, Diosa, Pecador,
Amanda, gatos de peluche. Zumo de pomelo, y zumo de mandarina, estridencia
agridulce y pellizco en el arpa. Las bolitas de algodón, blanco, cenizoso,
negro, a rayas verdes, esconden débiles cuchillitos, minúsculos alfanjitos de
plata, minimísimas navajitas albaceteñas, ácidas y de azúcar, agrias y de
caramelo de cereza, punzantes en el paladar o efervescentes de bicarbonato y
naranja. En la alfombra del suelo arabescos en verde, curvas y jeroglíficos, en
ramillete, figuras y letras de lo arábigo, voluptuoso, sensual, alabanzas a la
divinidad, sacratísima la oración en esmeralda intenso, tejido de lana persa,
lo iranio como una exhalación de lo oriental, lo sacro, como un diseño de
artistas. Belcebú es un gatito de rayas verdes, como un tigre liliputiense,
feroz y zalamero, suave y guerrero, como un cactus difícil disfrazado de
almohada, minúsculo cebrito de garras de aguilucho, y en sus ojos, las pupilas
brillan, con un fulgor de jade y ámbar, con un toque de trino de piano
amarillo, o de clavicordio azul. Diosa es una gata blanca, majestuosa como una
rosa lasciva, de felpa, azucena que esconde puñalitos de plata, mínima tigresa
de las nieves himalayas, soberbia y angelical y maligna, hipócrita y arisca, y
dulce, y rencorosa al paladar como el ron de caña, y ronroneante, y llena de
electricidad tal un alternador de Tesla, para ella, hay una cadencia de notas
de flauta, erizadas de rubíes, y en sus ojos hay ceniza volcánica y mares de
cinabrio, mercurio rising, avalancha de rosas en lo albino, frialdad de nieve,
glacialidad de témpano, y ocaso en Marte. Azrael es todo de cenizas, lleva un
cascabel en una cinta verde, parece que destila timbres de miel en sus ojos, y
timbres de miel en su garganta, libélulas verdes escapan de la alarma
traicionera que le impide cazar ratoncitos, y es como un guerrero apresado de
pies y manos que lucha en una contienda de jacintos. El salón tiene un sofá de
seda, tapizado de rosas rosas, y arañado por los diablillos. Allá en lo alto
las esculturas y los jarrones, los magníficos cuadros y las lámparas de cristal
de Bohemia. Bajo la sublime y orgiástica candelería y los hieráticos y
ampulosos espejos, las diminutas libélulas, cual pequeñas estrellas
verdiazules, flotan tal si estuvieran pequeñas pompas de jabón en el aire. Y
son, como esas pompas de jabón, tornasoladas al sol, fragmentos de un arcoiris
verde y azul. Cojines de seda amarillos, de oro puro, o granates, como de
sangre derramada, y rosas, gladiolos, iris, y orquídeas, flores de puro
escarnio oloroso, húmedo y de limpio ungüento, que dejan un rastro en el aire a
jardín y selva. Los odonatos, o están quietos en las paredes, o por el
contrario, se agitan desde el suelo al techo, desde las rosas a los lirios,
cual iridiscentes notas de flauta, o silentes brillos. Amanda es una gata
negra, en sus ojazos brilla un poniente de lejanos planetas, sobre la alfombra
parece un cojín más erizado de agujas diamantinas, si una libélula baja desde
una orquídea o desde un lirio, la tigresa, como un pasatiempo o un tormento, se
enfurece y saca su garrita de pantera, y cazadora, pulsa la libélula hacia
arriba o se la come, brutal y tierna. Azrael, cuando caza, hace sonar los
grillos de su cuello, y salta de cojín amarillo en cojín amarillo, agresivo y
feliz. Endemoniado guerrero de peluche con armas de vidriera. Sólo Pecador,
tranquilo y aburrido, se lame ciento veinte veces, transido y pausado,
inamovible, indiferente a la batalla entre gatos y artrópodos, bajo un cuadro
de una Venecia azul y acuática, y una rosa amarilla, furiosa y perfecta como un
escándalo.
Febrero 14, 2007
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