jueves, 8 de enero de 2015

Variación de El Descenso con Mujeres Desnudas envueltas en abrigo de visón y tíos en pelotas.

Abierto al espacio se encuentra un tornillo de Arquímedes que desde la sima de los avernos infernales sube hasta la luz. Abierto al espacio de profundidad ilimitada una escalera de un millón de peldaños gira una y otra vez hasta causar ondulaciones en la visión. Por el hueco del helicoide una fuerza llamada miedo, debilidad y vértigo exclama pidiendo con una voracidad inusitada cuerpos y cuerpos para amortiguar su hambre. Hambre secular llena de dientes, succionante, chupadora, feroz, sin macula ni vómito. Todo lo que esa hélice traga, aunque se despeñe rebotando entre los dientes, es ingerido con la manía persecutoria de los depravados. Como un batir de alas de murciélagos por la espiral suena el silencio con la ambición oceánica de las caracolas marinas. Silencio sepulcral lleno de imprecaciones hostiles. El olor a humedad, ambición de perfecta alcantarilla, adjudica a la anaconda la transida mariposa de la suciedad de los salones a obscuras. Y por ese caracol lleno de peldaños, peldaños que parecen los dientes de una infinita y giratoria boca, y por ese caracol suben las mujeres y los hombres. Mujeres desnudas que arrastran grandes abrigos de pieles sobre los hombros y hombres desnudos. Las mujeres, largas, delgadas, de senos grandes, pero muy delgadas, como modelos de alta costura, exhiben su belleza de prostitutas hermosísimas, hieráticas preciosidades del más acusado Julio Romero de Torres bajo el escándalo de la sociedad bienpensante, modelos de la lujuria y sublime desnudez de la omnipotente golfa. La puta desnuda, envuelta en su piel de oso polar, se desviste para que la veamos y comprobemos sus marmóreas esferas de fuego, su línea de pantera. Van subiendo por la hélice. A su lado, los hombres, los modelos, los maricas perfectos, de grandes pollas no empalmadas, que descubren su forma de lujuriosas serpientes de veinte años. Y van ascendiendo, girando y subiendo, por la escala llena de furibundos y afilados escalones de justo ónice. Ellas son espectaculares en sus abrigos de piel de oso, deteniéndose levemente para pasar a la sala de las fotografías y abriendo su abrigo de armiño inmaculado para que observemos la rotundidad del cuerpo de las chulas. Suben sin miedo, con una total desvergüenza, Dios lo permite y lo sanciona, acaso una leve mariposa de color añil se posa en los ojos de alguna estatua. Los hombres marchan también, frenéticos ángeles de aceite, por la espiral dentuda. A cada aspa de la hélice que cobra hindú o pluma rosa toca silba la flauta. Los ángeles de la lascivia degustan el sabor a caramelo del éxito entre las antorchas erizadas de la elipse. Suenan caracoles y babosas sobre lechugas opalinas. Los tíos, marchando como un ejército de curva y cadera, totalmente desnudos, hacen la delicia de boyeres [sic] homosexuales, a los que las babas se les caen de los labios y que sufren el atentado en sus cuerpos de la paja, de la masturbación compulsiva. Y ellas, candidatas a comerse el mundo y doblegarlo bajo sus piernas, marchan casi militares, invencibles, haciendo el equilibrio, rompiendo la hélice a cada paso, decididas, atroces, dominadoras. Espléndidas cazadoras que en lo macabro y lo difícil con desinhibición y desvergüenza alcanzan la victoria. Oh, magnífico, magnífico, la bellísima judía cordobesa en su piel de abrigo de visón, el pelo corto, cadete, y la marcha militar turca deshecha por violentos espasmos de diapasones curvos.

Octubre 15, 2006


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