Estaba en mi habitación absorto
en mis preocupaciones, mediocres y estúpidas, cuando se me presentó Lucifer.
Estaba vestido de elegante negro, jersey negro y pantalón vaquero negro.
Efectivamente, ella estaba, Lucifer, realmente buena. Seductoramente se fue
desvistiendo mostrando la perfección de un cuerpo hecho para el pecado y
después, cuando la luna la bañaba de aceite de nácar, se puso a mover las
caderas y la cintura al compás de algún ruido lejano. Me dijo entonces,
Francisco, quiero una versión con transexuales de El Descenso, y yo, obediente,
sumiso, esclavo a sus resoluciones, busqué a la simpar Bibí para situarla en la
macabra espiral, luego pensé que necesitaba a un transexual no operado y más
tarde la espantosa y pavorosa imagen que visioné un día en un sexshop de un
hombre con barba y vagina vino a mi mente con todos los aditamentos de mi
terror a la castración. Pero la hélice se abre al vacío, escalón tras escalón,
ónice sobre ónice, jade sobre jade, arista sobre arista, la boca giratoria
ilimitada se descubre con miles de aspas, una tras otra, de perfecto mármol,
granito, porcelana. Y ellas suben, desnudas, los falos cuelgan sin erección
entre las piernas depiladas y ellas, las piernas, sobre los tacones plateados,
en un equilibrio inestabilísimo, marcan un tango sin pareja o un vals de pianos
dementes en la espiral, que tiembla de purísimo vértigo. Los redondos senos,
aceitosos y brillantes, duros y bamboleantes, estriden contra los grandes
falos, y las cabelleras rubias y morenas se agitan al viento que por el
infernal tubo pide fantásticos cuerpos de ángelesdemonios, de demoniosángeles,
líneas de sexo sobre dorados tacones, que pisan, que golpean cada rabioso
peldaño. Chupa el salvaje animal, el frenético caracol, la arista, el
multitudinario diente del tornillo, y Andrómeda, de ampulosas tetas, cuerpo
fabricado para el marasmo, húmedo como el musgo en otoño, sube con delicadeza y
miedo y, al pavor de la escala, opone el sublime artificio de su cuerpo
hermafrodita, galáctico. Los desnudos senos, las cabelleras opalinas, los
muslos sudorosos, mojados como por la eterna lluvia, las largas pestañas, los
ojos maquillados de un violeta misterioso, se eclipsan ante el esófago, que
lleno de espinas a tocar jura que obtendrá para sí la estrambótica hermosura
andrógina. Oh los culos que suben por la infernal pared, con el lunar que abre
la carcajada a los cuatro vientos, y ellas, ellos, subiendo por la elipse,
mostrando su extática forma mixta, bailando en el filo curvo de un alfanje. Y
las náyades hermafroditas que, obligadas, suben por la estructura del hueco,
ponen el contrapunto de un extraño instrumento de música. Esmeraldas
rabiosísimas, lilas furibundas, y plumas de erizados pavos reales, para las
híbridas y dionisíacas panteras. Hermes y Afrodita, obligados a ascender por la
hélice tocan, tañen, cada escalón y el arpa abre al pavor un mundo submarino
lleno de conchas iridiscentes. La Drag Queen obesa, barbuda, con plumas de
avestruz rosas asciende por la espiral con la difícil resolución de lo
imposible señalando, en el ámbito del peligro, un escarnio de carne y
lapislázuli. Cumplido el mandato de Satán puse término a la ascensión de los
agridulces lirios, escrito en letras amarillas se podía leer la palabra
Corrupción.
Octubre 15, 2006
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