El chaval de la camisa a cuadros
naranjas entra en el museo. Por la entrada toca una trompeta su fastuoso acorde
imperial y rococó de fuegos artificiales. El muchacho entra, extraños pájaros
azules, miedo electrificado, sacuden su alma y le dan un zarpazo de ónice rojo
a su curiosidad. La curiosidad, que tiene tres ojos siempre abiertos empieza a
sangrar por el costado herido, entonces, surgiendo del mismo lado inexplicable,
es decir, de no se sabe dónde, cien mil libélulas doradas se echan encima de la
herida de la curiosidad del muchacho, que vivifica de nuevo y se muestra
radiante, como un reloj de maquinaria al descubierto, con el esqueleto en la
carcasa transparente y un tintineo de pequeños y azules grillos metálicos. La
curiosidad espolea la espalda del muchacho y el miedo, envuelto en tules
carmesíes, se evapora de su conciencia, dejando sólo un cierto resquemor en el
paladar, como una gota de zumo de limón. También hay tres gotas de sangre de
curiosidad en el suelo de mármol, se convierten en tres pequeñas hormigas
verdes, muy verdes y muy pequeñas, hay un compás de levísimas campanitas verdes
y agridulces, y el muchacho se adentra por los vericuetos de la estructura.
Impresionante, la arquitectura, jaspes, mármoles, y ónices, yeserías, y azulejos,
amueblan el contorno de la aventura del atrevido, minúsculos diapasones hacen
vibrar sus alas de insectos furiosos, desde una escala rotundamente grave a una
escala impetuosamente aguda, mínimos serruchitos o violincitos frenéticos, y el
indiscreto, y valeroso, pone su pie sobre el primer peldaño de la escalera.
Ascensión. Ascensión a una habitación enorme, el fondo es inexplicable a la
visión, las paredes están llenas de acuarios de shubukins. Miles y miles de
shubukins son admirados por el intruso, sus gasas de seda frenética brillan en
el carmesí y en el cobre de las escamas, sus labios besucones repiten sin cesar
la misma melodía de pompas de jabón violetas, hay en la estancia acordes de
gaitas tan azucarados que se deshacen en el oído dejando su linfa dulcísima
como estrellas punzantes, lilas y diminutas, tan pequeñas ellas como las gotas
de limón que deja el miedo en el paladar, pero no son ácidas siquiera, licor de
granadina a mansalva, licor de granadina en tristes gotas, hummm, qué dulzor de
carmín en dicha estancia, una mixtura de violines y jazmines equilibran y
desequilibran la armonía celestial de los acuarios. El muchacho prosigue su
marcha, su camisa de cuadros naranjas le convierte en un extraño arlequín con
pantalones vaqueros. Descenso. Descenso a la segunda sala. Miles y miles de
nenucos rubios, y de ojos azulísimos, cuelgan desnudos, y atados por los pies,
del techo infernal de esta monstruosidad, la melodía tiene el quebranto
armónico del llanto de los críos, pequeñísimas agujas violentas definen el
arpegio y el sonsonete de la música. El muchacho, el chaval de la camisa a
cuadros, se siente sobrecogido. El rubio trigal, el dorado trigal de las
cabezas de los nenucos forma un bosque invertido desde el techo, un campo en
verano, amarillo como una exhalación de la fantasía, los ojillos de los
muñecos, en cambio, son tan azules que parecen un cielo al alba, transido,
limpio, y añildulce, zumo de pomelo y estridencia de cristalitos. El chaval
continúa su mandato, entra ahora multiplicado por sesenta, hay, ahora, sesenta
chavales con camisas de cuadros naranjas, y la habitación, abierta a todos los
ángulos de la maravilla, se lubrifica con cuadros de jarrones llenos de rosas,
y solamente cuadros de jarrones llenos de rosas. Rosas rojas, rosas naranjas,
rosas amarillas, rosas rosas, rosas morenas y granates, rosas rabiosas y
rabiosos rosas en las rosas. Y el Museo se perfuma inmarcesiblemente con un
nectario de azúcar y mar. Ahora la música describe elipses en el tiempo y
eclipses de luna, apoteósicos naufragios, y paraísos submarinos. Rosas por
doquier, sólo cuadros de rosas, los marcos dorados y de plata, con sus curvas
volutas y de hojarasca, dejan al aire los oleos teñidos por las rosas,
innumerables, inmisericordemente extranumerarias, y el chaval advierte el
esplendor de su fantástica audacia.
Enero 27, 2007
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