jueves, 22 de enero de 2015

Aventura en el Museo.

El chaval de la camisa a cuadros naranjas entra en el museo. Por la entrada toca una trompeta su fastuoso acorde imperial y rococó de fuegos artificiales. El muchacho entra, extraños pájaros azules, miedo electrificado, sacuden su alma y le dan un zarpazo de ónice rojo a su curiosidad. La curiosidad, que tiene tres ojos siempre abiertos empieza a sangrar por el costado herido, entonces, surgiendo del mismo lado inexplicable, es decir, de no se sabe dónde, cien mil libélulas doradas se echan encima de la herida de la curiosidad del muchacho, que vivifica de nuevo y se muestra radiante, como un reloj de maquinaria al descubierto, con el esqueleto en la carcasa transparente y un tintineo de pequeños y azules grillos metálicos. La curiosidad espolea la espalda del muchacho y el miedo, envuelto en tules carmesíes, se evapora de su conciencia, dejando sólo un cierto resquemor en el paladar, como una gota de zumo de limón. También hay tres gotas de sangre de curiosidad en el suelo de mármol, se convierten en tres pequeñas hormigas verdes, muy verdes y muy pequeñas, hay un compás de levísimas campanitas verdes y agridulces, y el muchacho se adentra por los vericuetos de la estructura. Impresionante, la arquitectura, jaspes, mármoles, y ónices, yeserías, y azulejos, amueblan el contorno de la aventura del atrevido, minúsculos diapasones hacen vibrar sus alas de insectos furiosos, desde una escala rotundamente grave a una escala impetuosamente aguda, mínimos serruchitos o violincitos frenéticos, y el indiscreto, y valeroso, pone su pie sobre el primer peldaño de la escalera. Ascensión. Ascensión a una habitación enorme, el fondo es inexplicable a la visión, las paredes están llenas de acuarios de shubukins. Miles y miles de shubukins son admirados por el intruso, sus gasas de seda frenética brillan en el carmesí y en el cobre de las escamas, sus labios besucones repiten sin cesar la misma melodía de pompas de jabón violetas, hay en la estancia acordes de gaitas tan azucarados que se deshacen en el oído dejando su linfa dulcísima como estrellas punzantes, lilas y diminutas, tan pequeñas ellas como las gotas de limón que deja el miedo en el paladar, pero no son ácidas siquiera, licor de granadina a mansalva, licor de granadina en tristes gotas, hummm, qué dulzor de carmín en dicha estancia, una mixtura de violines y jazmines equilibran y desequilibran la armonía celestial de los acuarios. El muchacho prosigue su marcha, su camisa de cuadros naranjas le convierte en un extraño arlequín con pantalones vaqueros. Descenso. Descenso a la segunda sala. Miles y miles de nenucos rubios, y de ojos azulísimos, cuelgan desnudos, y atados por los pies, del techo infernal de esta monstruosidad, la melodía tiene el quebranto armónico del llanto de los críos, pequeñísimas agujas violentas definen el arpegio y el sonsonete de la música. El muchacho, el chaval de la camisa a cuadros, se siente sobrecogido. El rubio trigal, el dorado trigal de las cabezas de los nenucos forma un bosque invertido desde el techo, un campo en verano, amarillo como una exhalación de la fantasía, los ojillos de los muñecos, en cambio, son tan azules que parecen un cielo al alba, transido, limpio, y añildulce, zumo de pomelo y estridencia de cristalitos. El chaval continúa su mandato, entra ahora multiplicado por sesenta, hay, ahora, sesenta chavales con camisas de cuadros naranjas, y la habitación, abierta a todos los ángulos de la maravilla, se lubrifica con cuadros de jarrones llenos de rosas, y solamente cuadros de jarrones llenos de rosas. Rosas rojas, rosas naranjas, rosas amarillas, rosas rosas, rosas morenas y granates, rosas rabiosas y rabiosos rosas en las rosas. Y el Museo se perfuma inmarcesiblemente con un nectario de azúcar y mar. Ahora la música describe elipses en el tiempo y eclipses de luna, apoteósicos naufragios, y paraísos submarinos. Rosas por doquier, sólo cuadros de rosas, los marcos dorados y de plata, con sus curvas volutas y de hojarasca, dejan al aire los oleos teñidos por las rosas, innumerables, inmisericordemente extranumerarias, y el chaval advierte el esplendor de su fantástica audacia.

Enero 27, 2007


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