lunes, 19 de enero de 2015

La Mantis religiosa. Variación.

El espanto de la Mantis orquídea acababa de aparecer sobre el rosal. Brutalmente bello y horroroso el insecto se exhibió impúdicamente salvaje sobre la rama verde de la planta, espectral y demoníaco tal una exhalación de lo satánico. De un gusto exquisito la naturaleza obsequiaba mi visión con la presencia de una Mantis que mimetizaba a la perfección la rama seca de un rosal. Al lado de aquel bellísimo engendro, la rosa, escandalosamente rosa, exhalaba un olor maravilloso, azucarado, dulcísimo, y la humedad de la azotea sobre los musgos del pretil se asomaba al abismo con la indecencia de los suicidas. Sentí temor ante aquella belleza insectoide, tigre o pantera o cactus en el cactus, que al lado de la rosa, en actitud hierática, sacra, rezaba, cazando, traicionera y letal, inmóvil y atenta, en estado de alarma, de excepción, y de sitio, impasible y depredadora, de un salvajismo sin límites. La naturaleza camaleónica de aquel ente, lleno de estridencias como la rama de un rosal y de una simetría perfectísima, ponía una nota de ocre nacarado al vegetal, y el misterio de su ferocidad se coagulaba con la impasibilidad de su sacratísima oración. El monstruo, no se movía, pero dentro de su carcasa un pequeño león, rabioso e iracundo, lleno de zarpas afiladísimas, tal un resorte mecánico, se incluía, con una violencia detenida de una soberbia ilimitada, la belleza de lo horrendo basculaba una oración de veneno en tarros de cristal de bohemia, un perfume de una voluptuosidad indecorosa que al ser olido embriagara los sentidos y asesinara. Rezaba aquella violenta virgen una antigua oración de daño y pavor, bellísima y atroz, horrenda, bellísima, y atroz. Yo, al verla allí, perfecta sobre la rosa perfecta, sentí al mismo tiempo, asco, miedo, y admiración. Lo exuberante de aquel hecho ponía una nota de estridencia armónica, una erizada melodía de nausea y placer. Era aquello enormemente hermoso, el instante de la rosa y la Mantis rosa, repugnante y magnífico, era una visión sobrecogedora, el momento exacto en que la soberbia, impasible y feroz, se perfumaba en un escándalo de aroma, mientras parecía en un éxtasis de comunicación con la deidad. La maraña del insecto, ponzoña estupenda, de un erotismo rabioso, sobre el rosal, cargado de espinas, fresco, solemne, adjudicaba un escarnio de religión y escándalo. El terror del artrópodo, su horrenda mutación bellísima, equilibraba una rama de rosa feroz y perfumada. Repito que la naturaleza me obsequiaba con una delicia de brutalidad y simetría, de quietud, condensación, y salvajismo.  La escena era de una simetría demencial, pareciera surgida de un caleidoscopio monstruoso lleno de arabescos e imprecaciones. La oración era una blasfemia pavorosa. Perfecta.

Diciembre 22, 2006


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