Hecha para
matar el tiempo.
Anacondas
translúcidas, transparentes, como de cristal, con débiles grabados, arabescos
en la piel, signos jeroglíficos, húmedas, chorreantes, acuáticas, aceitosas.
Sobre el friso, sobre la cornisa, en el balcón. Rozándose entre ellas,
abrazándose, resbalando, suaves, sedosas, como un liquen mojado, verdes, rojas,
tatuadas, transparentes. En la cornisa, los muchachos, los Apolos, los sierpes,
ofreciéndose a la bacanal, succionándose, chupándose, penetrándose, al borde de
la caída, al filo de la extremaunción, bajo un signo de glandes hinchados, de
vergajos gordos, grandes, largos, circuncisos, enormes, sensualísimos, las
bocas alrededor de ellos, sujetándolos, penetrando las nalgas, las nalgas
abiertas, los esfínteres ansiosos, suplicantes, locura y bacanal, aceite,
ungüento, vaselina. Sobre el balcón, en el friso, en los frisos, en las
cornisas, en las aristas, extrañas cariátides sujetando los balcones, y ellos
allí, como en una batalla de guerreros, pero fornicando, fornicando y
fornicando, sobre el vacío, émbolos que penetran émbolos, como serpientes, una
muchedumbre de falos y de ángeles, efebos de torsos limpios, brillantes de
nácar a la luna o negros rabiosos, sedientos de deseo, entregados a la
hecatombe, dispuestos al holocausto, consagrados al placer, cual moluscos, cual
enormes mareas de curvadas olas, yacentes, implorantes, en peligro, a punto de
caer, sin descanso, frenéticos algunos, otros lentos, muy lentos, como en
éxtasis, poseídos, mórbidos, con fiebre, sudor y plata, chorreosos, tal un charol
o cuero, brillantes, transidos, blasfemos, repugnantes o adorables, entregados,
como lilas, como una selva de dementes lilas, sobre la cornisa , sobre las
cornisas del edificio, sobre el abismo, como orquídeas, como una guirnalda de
dementes orquídeas naranjas, tal el palacio de Semiramis en Niníve. Cual un
descomunal Laoconte multitudinario, repetido cientos de veces por toda la
escuadra, retorcidos y girados, sobre si mismos, serpentiformes, maravillosos,
o asquerosos. En escorzos de dificultad inmarcesible, tal cisnes que se
retuercen en un abanico de cuellos níveos, con posturas acrobáticas, barrocas,
rococós, en el cuerpo colapsados, las bocas, grandes babosas que entrechocan,
moluscos en las mariposas, succionantes, las nalgas redondas, opulentas, los
vergajos, tiesos, rígidos, trempantes. Sobre la pared, a punto de ser devorados
por el precipicio. La fauce infernal implorante de caídas, exigiendo ángeles en
éxtasis, exigiendo que el sujeto del clímax se despeñe, caiga, y reviente en el
suelo, tal un gargajo pútrido, tal una mancha de pintura. Y en el paroxismo
final, el Orgasmosssss, la abundante eyaculación, como un vómito de jazmines
desde las fuentes de carne, desde los erectos obeliscos, cayendo las gotas de
leche entre espasmos, y precipitándose los ángeles que perdieron el juicio, en
el instante de la máxima luz, reventando en el suelo como babosas machacadas,
entre germen y semilla desde arriba. Gritos de placer, de dolor, o de espanto.
Y la orgía prosiguiendo, sin juicio, olvidándose de los caídos, sobre los
cadáveres.
Diciembre 5, 2006
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