Franky acababa de asesinar a
Salomé. Bailó para él, Sherezade soberbia, una danza de caleidoscopios y
arcoiris, frenética y lasciva a veces, lenta y vaporosa otras, pero al final,
al pedir en el último velo, el que cubría el negro pubis de violeta durísimo,
la circuncisión de una cresta de gallo, y la cabeza del Bautista, se trocó su
baile en un alfanje púrpura y caníbal para la voluptuosa danzante. Centelleó el
arpegio de una trompeta y un pellizco de uña felino hizo vibrar los diamantes
del arpa. Los ojos verdes de un gato cenizoso vieron ponerse el sol sobre lagos
de sal. Franky acababa de asesinar a Salomé, llevaba una camisa naranja y una
corbata medio deshecha estampada con cráneos humanos, negra y brutal, pirata y
caribeña, con un toque alcohólico de rón añejo, ámbar, fuerte y poco meloso,
duro y lejano de su madre caña de azúcar. También yo he probado el licor de
arándanos, y su gordura deja el paladar ardiendo y granate, pidiendo agua de
profundos manantiales. Franky, sobre el sillón, con la camisa naranja y la corbata calavérica, desahogada, desanudada,
en un escorzo de estatua adolescente, con un perfil de Apolo y de Dionisos,
tenía la tonalidad musical de las panteras. Se puso la bata y entró en el
laboratorio. Había dejado un matraz con una infusión de glucosa medio abierto,
las hormigas habían descubierto aquella ambrosía celeste y en una hilera
interminable de más de cinco metros iban desde su nido a la fuente de la
dulzura, tal maravilla exigiría una reiteración de compases de notas de piano,
una tras otra, hasta el orgasmo. Dejó en paz a las hormigas, respetaba
profundamente el milagro de la naturaleza. Bebed, dijo, hasta que llegue el
catedrático, yo os saludo, mínimas fieras borrachas, llevad a vuestra casa
miel, y saciaos de esplendor. Luego, Franky, empezó a calcular números
complejos, polinomios y números imaginarios intentaban la dificilísima
cuadratura del círculo, se resistían los trapecios y la circunferencia
goniométrica reverberaba en sonsonetes de clavecín machacado, inexpertos senos
y cosenos se enfrentaban a calamitosas tangentes, y por fín, el binomio de
Newton surgió como una llama perfumada de manzanas, como un tuareg azul en un
desierto, de la ofuscada mente del Pakito. Eureka, y allí estaba la semilla de
las bestias a cohibridar, aquí, los cromosomas de un amigo fiel, allí, los
ovocitos de un amigo arisco, el pájaro de fuego de Stravinsky se arrancó los
ojos con las garras, y emprendió un vuelo ciego lleno de ira y pavor. Qué
monstruosidad en una redoma acumulaba daño sutil y cópula aberrante, mixtura
horrenda y bicéfala que traspasaba el límite. Bajo la esfera de nácar de la
luna llena, la uña desaprensiva se aromaba con el colmillo, un aullido
regresaba a la garganta del enamorado para la perversión, el mal en su fórmula
de génesis, el aborto que llega, que llegaba a término, y Franky ya era un
semidiós. El mechero Bunsen feroz como un tigre. Tras la ventana, el campus
universitario, como un crisoberilo. Gargajos espantosos salían de los pulmones
de los tísicos, lo mismo una rosa de nácar llevaba en su matriz la fastuosa luz
de las luciérnagas, pero la espantosa uña se mezclaba con un húmedo hocico y la
monstruosidad se hibridaba, el gato perro, el cán felino, nacía bajo la
omnipotencia salvaje de Frankestein. Adquiriendo forma demoníaca, adquiriendo
proporciones satánicas. Y finalmente, no es la cabeza de la Gorgona lo que
Perseo metió en un ánfora, sino su propia cabeza llena de bucles venenosos.
Febrero 3, 2007
No hay comentarios:
Publicar un comentario