Las mariposas de cristal revoloteaban sobre las flores de cristal.
Aquello era transparencia sobre transparencia, cristalito sobre cristalito. Las
aladas y cristalinas mariposas describían en el cielo azul, una atmósfera de
débiles gasas de vapor, un concierto de piano o clave. La tierra del pájaro de
fuego era así, transparente y blanca, como de cristal. A veces el ámbar
transparente de alguna flor, alguna extraña orquídea de cristal ambarino,
brillaba por un punto de luz o era acariciada por una liliputiense mariposa
también ambarina. Yo quería cazar el pájaro de fuego. Llevaba una jaulita, y
una flauta. Con la flauta quería describir una obscura elipse en el misterio,
hasta sorprender al pájaro de fuego con su estridencia. Empecé a tocar el
flautín. Las notas de ácido limoncillo empezaron a salir de mi flauta, eran
pequeñas libélulas, pequeños caballitos del diablo, que flotaban en la
atmósfera y se elevaban como un enjambre de preciosos mosquitos. El tiempo
pasaba, yo seguía tocando, clave y flauta, agrio limón y dulce granadina, y el
pájaro de fuego no acudía, decidí entonces ir a su nido y robar una pluma. El
nido estaba en lo alto de aquel árbol inexistente. Tenía que escalar aquella
inexistencia. Era una inexistencia dura de dominar, la altura me mareaba, había
dejado la flauta en el suelo y llevaba la jaulita amarrada a la cintura. La
jaulita quedó atrapada en una rama de la inexistencia, sentí que no podría
avanzar, y entonces apareció el pájaro de fuego. De plumas carmesíes, verdes, y
doradas, se abalanzó hacia mi y me agarró, fue un zarpazo profundo, como el
navajazo de un ladrón en la noche, empecé a sangrar mientras me elevaba hacia
su nido, mi sangre caía a borbotones hacia la tierra como si yo fuera el
surtidor de una extraña fuente. Cuando llegué al nido ya había arrancado una
pluma al pájaro, a pesar de la herida, y sólo pensaba en escapar. Mi jaulita
colgaba de mi y yo estaba sobre la inexistencia del nido sobre la inexistencia
del árbol de la inexistencia. Hice un esfuerzo sobrehumano, y conseguí meter el
pájaro de fuego en la jaulita. Yo tenía la camisa manchada de sangre y la
herida me quemaba y escocía. El pájaro chillaba envuelto en fuego en la
jaulita, sonaban acordeones rumanos y címbalos húngaros. Con la camisa hice un
extraño vendaje a mi herida y bajé del árbol con el torso desnudo y empapado en
sangre. Recogí la flauta a los pies del árbol, y a pesar del dolor regresé
tocándola a mi casa entre flores de cristal, libélulas azulinas, y mariposas
rosas. El pájaro de fuego calentó mi hogar durante varias generaciones.
Agosto 22 de 2007