sábado, 10 de enero de 2015

Variación para vomitar de El Descenso.

Las cabezas son asquerosas, repugnantes, incitan al vómito, provocan náusea, están sacadas de la mente de un psicópata. Las cabezas son ojos, una enorme pupila llena de venillas, ictérica, sobre un cuello y un cuerpo humano, paradigma infernal de lo deforme, del asco. Suben por la escala que da vueltas vestidos de frac en un aquelarre hipnótico y surrealista, odioso como una espiral monstruosa, proporcional a lo patológico, a lo mórbido, a lo supurante. Suben pulsando cada tecla del giratorio piano como si sobre cada ficha del dominó musical blanca y negra tocara un soberbio y espantoso demonio la partitura de los enfermos mentales. Las corcheas y las fugas, las redondas y las semifugas que surgen cuando cada cíclope horrendo marca el curvo diapasón son como cangrejos infernales que saltan de línea en línea cual arácnidos en estado de éxtasis. No pierden la etiqueta los bichos ante el brutal hueco que succiona sin límites, y la boca del cocodrilo, cuyos dientes blancos y negros semejan a un piano, permite el ascenso de las estomagantes cabezas igual que si conquistaran el cielo los marranos. Suben también por el helicoide los hombres cabeza de tentáculos, ciegos y al mismo tiempo sensitivos, en un clímax de náusea y cólico sin mácula, estercolizante, inmarcesiblemente guarro, con el toque maligno de la bestialidad. Lo onírico es una pesadilla en la que chirrían goznes oxidados de satánicas puertas que se abren para mostrarnos lo macabro, sin conmiseración. Cientos de moscas revolotean. Los hombres cabeza de tentáculos tienen por dicha cabeza una maraña de largos vermes que se agitan como serpientes enloquecidas. Ascienden el logaritmo, la espiral áurea, que hacia el cielo se eleva, con una desvergüenza propia de criminales. Es la conquista de las esferas superiores lo que anima a estos bichos, a estos despojos deformes, a ascender por la hélice infinita. Por fin llegan a la cúspide y brotan de las profundidades victoriosos, el horror de más allá de la ultratumba defeca instantáneamente todo su pavor y el negro excremento explota en la letrina. Un denso olor a jazmines muertos exhala una lepra sin límites. Los hombres glóbulo ocular y los hombres cabeza de tentáculos llegan al trono de los diamantes y las arpas quiebran sus cuerdas y los serruchos afilados cortan miembros humanos en las salas del terror. Los tentaculosos buscan en la maravilla llena de luz, con el espíritu de las deformes panteras, hambrientos de jóvenes ángeles, sedientos de nacaradas ninfas, y los cíclopes quieren hacer millones de fotografías al paraíso antes de prenderle fuego. Sobre los tronos las abominaciones se sientan, sus manos son garras y entonces, sacándolas de las ánforas donde las conservaban, muestran las cabezas humanas que vendieron a Satán. Un inmenso estruendo, o pedo, colma el dibujo y todo el aceite del vaso rebosa y se derrama. Los tentáculos de un monstruo acarician una pupila, hay un molusco de náusea, fermento, y horror, sin fronteras, sin contorno, indescriptible. Gotas de parafina líquida.

Octubre 30, 2006


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