Ella sirve el té con parsimonia.
Las tazas, de plata, brillan con la voluptuosidad del sol en los espejos
retrovisores. La bandeja está pidiendo a gritos pertenecer a un espejo.
Coqueta, la muchacha, va sirviendo el té, un té obscuro, en el que el agua
hierve y del que se desprenden volutas blancas de vapor, serpentiformes y
circulares. Sólo lleva puesto un delantal la hembra, gloriosa y de piel
blanquísima, se le ven los senos, duros y grandes como cabezas de recién
nacidos, que terminan en botones rosados, débilmente violetas, de una textura
inapreciable. Deposita el agua hirviendo sobre las tazas y las bolsitas de té
la tiñen de un color profundamente vespertino. Luego la muchacha se da la
vuelta, se le ven las angelicales y prietas nalgas, medias lunas, lunas
enteras, grandes, rotundas, lisas, espectaculares. Se aleja moviéndolas
mientras contonea el resto del cuerpo imponderable, Venus obediente que ha
servido la esencia de la India. Los de la mesa, dos muchachos desnudos, dos
efebos sodomitas, se aprestan al bebercio de la infusión, sus grandes vergas
parecen serpientes enfurecidas, y sus vientres, brazos, piernas, y pechos,
modelos anatómicos perfectos para escultores italianos, uno es moreno, con el
pelo rizado, el otro rubio, de pelo lacio y largo, los dos tienen los ojos
verdes, se tocan los falos mientras esperan a que se enfríe el té. Mientras se
tocan, mientras se masturban el uno frente al otro, suena en un compact Disc
una melodía barroca, hay en la estancia una pecera con un Beta combatiente,
azul y violeta, estático en el agua cual una flor inmóvil, y un terrario con
cuatro escorpiones negros, feroces, espectrales. Jarrones ostentosos equilibran
varias bustos negros de antiguos generales, servidores públicos llenos de valor
y gloria, más allá un cuadro muestra la escena de Danae recibiendo la lluvia de
oro, sobre un terciopelo rojo, la diosa, totalmente desnuda, muestra las protuberancias
de sus pechos, llenos de leche y miel, bajo la lluvia amarilla en la que Zeus
se ha transformado. Los muchachos se levantan de unos sillones tapizados de
terciopelo azul, sillones neoclásicos llenos de volutas doradas, y, sobre un
sofá naranja se tumban para recibirse el uno al otro en una felación
incandescente. Felación posesa de lasciva hambre, en la que la boca de uno de
ellos trabaja sobre el inmenso miembro hómbrico del otro con una rotundidad de
pecado y sodomía mayestáticos, succión tras succión, y en la que brilla la
serpiente trepidando golosa entre los dientes del salvaje esclavo. Entra de
golpe en la estancia la feroz hembra africana, negra como el carbón y el ébano,
sudorosa, de perfectos pechos redondos, circulares, como pomas deliciosas,
manzanas genitales deseosas de ser mordidas, en su pelo rizado lleva, rodeando
la frente una calavera minúscula de plata, ceñida como una infernal diadema, y
en la mano, pretendiente a los avernos infernales, lleva un estoque para matar
toros, afilado cual gigantesco escalpelo de cirujano. Lo clava sobre los
sodomitas sin piedad, en sus espaldas, frenética y sin descanso, loca,
aguerrida y brutal, es el ángel indescriptible de la muerte, que acaba con los
pecadores sodomitas entre los últimos espasmos de la eyaculación. Luego, ella,
transida pantera bellísima, cercena de un tajo los órganos genitales de los
machos, los deposita en un tarro de cristal y se marcha dejando la espantosa
escena con los cadáveres ensangrentados de los asesinados. Un gato de rayas
verdes se pone a lamer el pubis depravado y mutilado de uno de los dos
muchachos, bebe la sangre y alza la cola.
Octubre 23, 2006
No hay comentarios:
Publicar un comentario