viernes, 9 de enero de 2015

Pornografía a las siete y diez de la tarde.

Ella sirve el té con parsimonia. Las tazas, de plata, brillan con la voluptuosidad del sol en los espejos retrovisores. La bandeja está pidiendo a gritos pertenecer a un espejo. Coqueta, la muchacha, va sirviendo el té, un té obscuro, en el que el agua hierve y del que se desprenden volutas blancas de vapor, serpentiformes y circulares. Sólo lleva puesto un delantal la hembra, gloriosa y de piel blanquísima, se le ven los senos, duros y grandes como cabezas de recién nacidos, que terminan en botones rosados, débilmente violetas, de una textura inapreciable. Deposita el agua hirviendo sobre las tazas y las bolsitas de té la tiñen de un color profundamente vespertino. Luego la muchacha se da la vuelta, se le ven las angelicales y prietas nalgas, medias lunas, lunas enteras, grandes, rotundas, lisas, espectaculares. Se aleja moviéndolas mientras contonea el resto del cuerpo imponderable, Venus obediente que ha servido la esencia de la India. Los de la mesa, dos muchachos desnudos, dos efebos sodomitas, se aprestan al bebercio de la infusión, sus grandes vergas parecen serpientes enfurecidas, y sus vientres, brazos, piernas, y pechos, modelos anatómicos perfectos para escultores italianos, uno es moreno, con el pelo rizado, el otro rubio, de pelo lacio y largo, los dos tienen los ojos verdes, se tocan los falos mientras esperan a que se enfríe el té. Mientras se tocan, mientras se masturban el uno frente al otro, suena en un compact Disc una melodía barroca, hay en la estancia una pecera con un Beta combatiente, azul y violeta, estático en el agua cual una flor inmóvil, y un terrario con cuatro escorpiones negros, feroces, espectrales. Jarrones ostentosos equilibran varias bustos negros de antiguos generales, servidores públicos llenos de valor y gloria, más allá un cuadro muestra la escena de Danae recibiendo la lluvia de oro, sobre un terciopelo rojo, la diosa, totalmente desnuda, muestra las protuberancias de sus pechos, llenos de leche y miel, bajo la lluvia amarilla en la que Zeus se ha transformado. Los muchachos se levantan de unos sillones tapizados de terciopelo azul, sillones neoclásicos llenos de volutas doradas, y, sobre un sofá naranja se tumban para recibirse el uno al otro en una felación incandescente. Felación posesa de lasciva hambre, en la que la boca de uno de ellos trabaja sobre el inmenso miembro hómbrico del otro con una rotundidad de pecado y sodomía mayestáticos, succión tras succión, y en la que brilla la serpiente trepidando golosa entre los dientes del salvaje esclavo. Entra de golpe en la estancia la feroz hembra africana, negra como el carbón y el ébano, sudorosa, de perfectos pechos redondos, circulares, como pomas deliciosas, manzanas genitales deseosas de ser mordidas, en su pelo rizado lleva, rodeando la frente una calavera minúscula de plata, ceñida como una infernal diadema, y en la mano, pretendiente a los avernos infernales, lleva un estoque para matar toros, afilado cual gigantesco escalpelo de cirujano. Lo clava sobre los sodomitas sin piedad, en sus espaldas, frenética y sin descanso, loca, aguerrida y brutal, es el ángel indescriptible de la muerte, que acaba con los pecadores sodomitas entre los últimos espasmos de la eyaculación. Luego, ella, transida pantera bellísima, cercena de un tajo los órganos genitales de los machos, los deposita en un tarro de cristal y se marcha dejando la espantosa escena con los cadáveres ensangrentados de los asesinados. Un gato de rayas verdes se pone a lamer el pubis depravado y mutilado de uno de los dos muchachos, bebe la sangre y alza la cola.

Octubre 23, 2006


No hay comentarios:

Publicar un comentario