Dos puntos de luz rojos,
púrpuras. Yo estaba en una explanada, una explanada abierta, sin límites, no se
veía su final, de una planitud perfecta, no había horizonte, y la luz provenía
de todas partes, una luz fosforescente y tibia, ligeramente rosa, el cielo era
amarillo, naranja, pero sin sol, yo, y el mágico desierto, yo, el mágico
desierto, y las mariposas. A mi alrededor miles de mariposas, verdes, azules,
negras, revoloteando, ligeramente furiosas, ligeramente transidas, de aquí para
allá, yo estaba allí, no tenía miedo, no temblaba, cualquier otra consideración
está olvidada, yo, el horizonte infinito, la explanada sin límites, y las
mariposas. Como un regalo maravilloso que se me hacía. Un limbo con mariposas,
yo, mi desnudez, y los azules lepidópteros, los violetas o verdes lepidópteros.
Como si fuera una fiesta en una dimensión desconocida, pero sin temor, no tenía
miedo, algo balsamaba mi alma y me tranquilizaba, un algo de la hermosura del
lugar, tranquilo y silencioso, calmo, transparente, inmáculo. Y de golpe, dos
puntos de luz rojos. Y aquí estoy, todo es oscuridad, ¿es amplio o es pequeño
el recinto?, ¿es plano o es abrupto?, ¿hay alguien a mi lado o estoy solo?, ¿es
el infierno o sigo en la misma broma?. Me quedo quieto, sin moverme,
horrorizado por el espanto, sólo dos pupilas rojas, quizás sean una enorme
pantera, no logro divisarlo, la oscuridad me envuelve y no veo ni mis propias
manos, ¿estoy en un pozo?, ¿ estoy en una celda?, ¿en un laberinto acaso?,
¿sigo en la misma explanada maripósica?. Oh Dios, ¡¡¡esos ojos espantosos¡¡¡¡,
fijos en mi, felinos. El terror me sacude como un calambre eléctrico, y
enloquezco, ¡¡¡Dejad de mirarme¡¡¡, ¡¡¡Dejad de mirarme¡¡¡, pero no lo grito,
no digo nada, me callo y me muerdo la lengua, ¡¡¡que no salten sobre mi¡¡¡¡,
¡¡¡¡no quiero que salten sobre mi¡¡¡. El silencio cuaja la tiniebla de duras
piedras, el único sonido es mi corazón palpitante, que me duele, me va a
estallar en el pecho, la sensación es de un ahogo terrible, y la única luz, la
de esas dos macabras y rojas pupilas. ¿huyo de ellas?, ¿pero a dónde?, ¿caeré
por un desfiladero?, ¿qué asidero hay aquí, dónde demonios me agarro?, Dios,
qué terror. La impasible aspereza de las pupilas que me observan abre una
circunferencia de pavor absoluto. No parpadean, están fijas en mi, como a tres
metros de distancia en lo insondable, rabiosas y constantes, ¿me muevo y huyo?,
de pronto me orino encima, no puedo evitar la micción, mi vejiga suelta un
chorro caliente, inevitable, vergonzante, el corazón me revienta en la caja
torácica, me estoy asfixiando de puritito miedo, me muerdo de nuevo la lengua,
noto el sabor salado de mi propia sangre y el dolor que me produzco a mi mismo
lleno de metales. ¡¡¡Dios, qué terror¡¡¡, ¡¡¡¡Dios, ahora hay cuatro
pupilas¡¡¡¡.
Enero 21, 2007
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