jueves, 22 de enero de 2015

La Opera Volante.

Otra majadería del Paco. Un escritorcillo amigo conocido de él le metió la idea en la cabeza, hacer una ópera volante. Lee el escrito del redactor de estupideces, que le come el coco, (su tarro a estos efectos solo tenía megalomanía y melomanía, por cierto), y empieza a saborearlo, le da una vuelta al cabriolé de su fantasía y empieza a madurar el engendro. Que si esto se podría sostener en una simple pared vertical, que si desde aquí podría caer una lámina de agua iluminada por luces rosas, que si aquí podría sostenerse el artificio con unos simples cables, que si esto sería superbonito, que si esto y lo otro y lo de más allá tendría cuerpo y enjundia, que si que sí puede hacerse, que sí que esto lo hago yo con mis dos cojones. Y ya sabes como se las gastaba. Así que mandó al más famoso arquitecto de Europa, Japón, y los sietes mares de Simbad, y le dijo: quiero una Ópera volante. Y Santiago de Calatroca, que así se llamaba el arquitecto le dijo: te voy a diseñar algo que hace historia, te vas a chupar los dedos, Paco. Y vaya que si lo hizo. Lo colosal de su estupidez e imbecilidad es desproporcionado como algunos insectos palos que no parecen ser insectos y son bichos más bichos que ninguno. La explanada al aire libre se abre por encima del suelo a una altura de cincuenta metros. Sostenida por una torre de cien metros, la superficie parece que cuelga sobre la altura,  novecientos metros cuadrados de superficie sobre las aguas, y cien metros cuadrados de palcos y butacas. Y por encima un techo de cristal. Es tan solo un auditorio mediocre, pero con la curiosa particularidad de su altura, una aberración. Una aberración estrafalaria y complicada, se tarda un cuarto de hora en subir, para nada. Ni se da ópera en ella ni nada, si acaso un concierto de vez en cuando y como todo además se sostiene por cables de acero, pues que todo parece que tiembla, y la gente no escucha la música del miedo que coge. Eso sí, bonita sí que es. Como han puesto unas bancadas de flores colgantes a los laterales pues parecen los jardines de Babilonia. Y esos focos que lo iluminan todo de noche, ¡¡¡qué gasto de luz más estruendoso¡¡¡. Y esa cortina de agua que cae desde la torre, y todo acristalado, lo que debe de costar el limpiarlo. En fin, hizo historia, nada más hecha, el Paco que ve la primera Ópera, sube a la torre, y se arroja. Cien metros de caída libre y en picado sin profilácticos. Justo cuando lo del gallito de la Jallas, la soprano, justo en el dó de pecho, el Paco volandero que baja los cien metros desde su soberbia y se da contra el suelo, y joder, ¡¡¡¡el hijo de puta que no se mata¡¡¡¡, cuarenta huesos rotos e invalido de cuello para abajo, pero vivo. Y toda la gente aplaudiendo y chillando, y dos bandos, unos diciendo: otra otra otra otra; y otros, llorando como Magdalenas penitentes. En fin. La Opera Volante. Primer premio en el Festival de Arquitectura de Chicago.

Enero 19, 2007


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