Se abre la
estructura iracunda sin principio ni fín girando y girando, espiral áurea,
tornillo de Arquímedes de innumerables escalones, que hacia arriba y hacia
abajo describe una dentadura helicoidal ansiosa de succión en su hueco y de
punzantes heridas en sus zarpas. Por esa tremebunda hélice carente de
misericordia o asidero, predispuesta a deglutir en un solo tropiezo cada forma
o figura que se despeñe, bajan, sosteniendo las doradas campanas navideñas, las
plateadas campanas de felicidad, los gordos y barbudos Papas Noel rojos y
blancos, tal como los representantes de la nación Suiza. Sus orondas figuras
entrañables bajan por el helicoide en un acto de riesgo supremo, sus barbas
señalan hacia abajo el vacío, más no pueden verlo porque sus grotescas barrigas
hinchadas les impedirían abrocharse los cordones de los zapatos. La boca
giratoria traga y traga, cada peldaño exige una diamantina nota de pavor, y el
pie que bascula en la demoníaca tecla es el pié de Santa Claus, en un acto de
paroxísmica entrega de juguetes a unos niños inexistentes. Jo, Jo, Jo, Jo, se
oyen las carcajadas de los orondos y contrahechos Papas Noel en la giratoria y
demente espiral, cargados los sacos a las espaldas, llenos de juguetes,
mientras un tintineo de campanitas pone un acento débil en el circunflejo
espanto de los ónices. Bajan los barrigudos, los agentes imperiales de la Cruz
Roja, hacia los abismos que muerden y desollan, afilados y obscuros, duros,
negros, impenetrables y hambrientos, brutalmente hambrientos. El zócalo, el
granito, el mármol, y la piedra, proclaman su poderosa dureza ante la lana de
los trajes rojos y blancos. Y los deformes Walt Whitmans, simpáticos y
aterrorizados marcan un baile de toneles y cilindros, agresivos, ácidos, en
equilibrio dificilísimo. Jo, Jo, Jo, Jo, se oyen las carcajadas, la frase
favorita de los Santa Claus, en la contrahecha llave inglesa capaz de
succionarlos o descuartizarlos. Jo, Jo, Jo, Jo.
Diciembre 5, 2006
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