sábado, 24 de enero de 2015

El Criador de Libélulas. Primera versión.

El criador de libélulas, el criador de caballitos del diablo, es un aristócrata exquisito, un sibarita de lo sublime. Mientras escucha las tocatas de Frescobaldi observa el jarrón de cristal rojo con cinco rosas encarnadas. En una tarima otro vaso de vidrio sostiene limpísimo una exuberante orquídea blanca. Más allá, en la pared donde frenéticos paramecios amarillos copulan lujuriosos, un cuadro muestra a Zeus en forma de cisne sobre los pechos de Leda, y otro cuadro, de un riguroso neoclásico, descubre la golfa decadencia del Imperio Romano en una afrodisíaca bacanal. El cisne de pico carmesí en los senos de la diosa compite con el torso de un atleta desnudo, las rosas encarnadas, exhalando su alma de bálsamo feroz, luchan contra la prostituta corola de la Orchis, obscena y purísima, combate espléndido, afrutado de arpegios rosas y nimbado de plata y nácar. No se sabe quién vence, si las purísimas y atrevidas reinas exhalantes o la puta sin perfume que se quita los guantes con desvergüenza, no se sabe quién triunfa, si la blanca pantera exquisita o las cinco doncellas exuberantes y lesbianas, pero los jarrones de cristal hacen una delicia de carmín agudo en dicha guerra pavorosa. Un acuario con shubukins, amarillos cobres y naranjas metálicos, transidamente testifica la soberbia del fastuoso salón. El criador de libélulas cambia la música, apaga la armonía dificilísima de las tocatas de Frescobaldi, e introduce el virtuosismo de un concierto de clavecín y guitarra de Bach, es decir, el combate de Polifemo contra las libélulas se hace presente con una cadencia voluptuosa, las rosas, la orquídea, los shubukins, y cientos de verdes caballitos del diablo y Drosophilas melanogaster en la habitación. El criador de libélulas se deleita en el sillón de terciopelo verde escuchando las evoluciones del clavecín y la guitarra, combate lleno de campanitas y caramelos de cola, ácidos y dulcísimos, y se fastúa del denso aroma de las cinco lesbianas voluptuosas, encarnadas y feroces. En botes de cristal se crían las Drosophilas, en botes de cristal, también, los levísimos y fragilísimos odonatos pasan, de su adolescencia acuática, al aire, para ser los tigres de las minimísimas moscas. La habitación está llena de mosquitas, la habitación está llena de libélulas. Los frágiles y verdiazules caballitos del diablo revolotean de pared en pared con una levedad y una banalidad indecorosa. El criador se extasía en la magna contemplación de la aberrante naturaleza que le rodea. Los shubukins, en las claras profundidades de su transparente cárcel, besuquean un concierto de ondas marinas y pompas de jabón añiles. Las levísimas moscas son cazadas al vuelo por los fragilísimos odonatos. Sobre la orquídea, sobre el pico del cisne, sobre una rosa encarnada, se posa el insecto. El clavecín y la guitarra, enfurecidos y deliciosos, perfumean el perfume de las hetairas, y aroman el acuario de los metálicos shubukins, y, en el sillón de limpio terciopelo verde, el criador de libélulas se masturba, frenético, desvergonzado, y procaz.

Febrero 2, 2007


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