Una chispita azul, con un
toquecito de agridulce, el caramelo se deshace dejando un millón de vencejitos
furiosos en el paladar y las corcheas que salen del Polifemito diminuto son
como estrellitas revoltosas de un cielo violeta y triste. Las cuerdas del
instrumento no son capaces de elaborar un combate sangriento de sostenidos y
bemoles pero se bastan por sí solas para elaborar un débil paraíso lila, con
estridencias de limón, pomelo y granadina. En el minúsculo acorde flotan, chirriantes
y bellísimos, pequeños caballitos marinos de cristal, naranjas, verdes,
azulados, en una cabalgata minimísima bajo la mirada de gatitos de peluche
vivos. Así es la guitarra de juguete que a todos nos regalan cuando niños.
Dicen que dentro del instrumento, que no sobrevive a nuestras manos ni un día
siquiera, habita un pueblo de duendes dorados, de pitufos, de gnomos, y que en
dicho pueblo se esconde un tesoro de diamantes rabiosos, muy pequeñitos, tan
pequeñitos que el soplo de un aire los deshace. En sus cuerdas, que son cuerdas
de metal muy brillantes y finas, una majestad de colores y notas sacude sus
cabellos, porque las notas musicales son ninfas de una fuente de otro mundo,
donde habitan sátiros jovencísimos y unicornios azules, centauros y cupiditos,
en una selva llena de mariposas de color granate y morado. Las ninfas se bañan
en el agua de un arroyo, de una fuente dorada, en la que las truchas naranjas
abren sus besucones labios al morder el borde de gigantescos nenúfares. Las
ninfas están todo el día, el sol es un ángel de cabello rubio con una espada de
fuego, las ninfas están todo el día al borde del agua, salpicándose las unas a
las otras, o peinándose las cabelleras. Y cuando la cuerda de la guitarra de
juguete suena tañen unas diminutas campanas en las que tienen encerrados el
canto de los grillos. Porque son unas ninfas cazadoras, y de noche, cuando todo
el mundo pudiera creer que duermen, salen al jardín, a la selva de los
centauros y los unicornios, y se dedican a capturar el canto de algún grillo.
Porque si un grillo, azul y negro, se pone valiente y hace que el serruchito de
su violín suene, asciende hacia la atmósfera una mariposa de perfume añil, que
revolotea de flor en flor, de corola en corola, y que se va dorando y plateando
del nácar de la luna. Las ninfas cazan como amazonas, llevan una armadura de
pétalos de rosas y una corona de flores de lirios. Con una red hecha de hilo de
oro cazan la voz maripósica del grillo insomne, y la guardan en un tarro de
cristal verdecillo. Luego se sumergen en el agua de la laguna donde moran en un
palacio de jade y esmeralda, y allí, en la habitación de los siete colores, con
la mariposa apresada, dan forma a unas campanitas, las que luego sonarán cuando
el niño haga temblar a la guitarra. Cuando una guitarrita de juguete se rompe
hay en el cielo un ángel llorando.
El padre había escondido la
guitarrita de juguete debajo de la caja de polvorones de coco, unos polvorones
que sabían a pura delicia y se deshacían en la boca en un concierto de sabores
tropicales y caribeños, de un dulzor afrodisíaco, haitiano, pero el niño mayor,
que era un goloso sin límites, en su afán por devorar los mantecados, descubrió
la estratagema del padre, se puso a tocar la guitarra que iba destinada al
pequeño de la familia, y asesinó la sorpresa del día de Reyes Magos. Un
torrente de grillos azules y violetas salió del corazón asesinado por espadas,
ascendiendo a los cielos.
Enero 9, 2007
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