martes, 20 de enero de 2015

La Guitarrita de Juguete.

Una chispita azul, con un toquecito de agridulce, el caramelo se deshace dejando un millón de vencejitos furiosos en el paladar y las corcheas que salen del Polifemito diminuto son como estrellitas revoltosas de un cielo violeta y triste. Las cuerdas del instrumento no son capaces de elaborar un combate sangriento de sostenidos y bemoles pero se bastan por sí solas para elaborar un débil paraíso lila, con estridencias de limón, pomelo y granadina. En el minúsculo acorde flotan, chirriantes y bellísimos, pequeños caballitos marinos de cristal, naranjas, verdes, azulados, en una cabalgata minimísima bajo la mirada de gatitos de peluche vivos. Así es la guitarra de juguete que a todos nos regalan cuando niños. Dicen que dentro del instrumento, que no sobrevive a nuestras manos ni un día siquiera, habita un pueblo de duendes dorados, de pitufos, de gnomos, y que en dicho pueblo se esconde un tesoro de diamantes rabiosos, muy pequeñitos, tan pequeñitos que el soplo de un aire los deshace. En sus cuerdas, que son cuerdas de metal muy brillantes y finas, una majestad de colores y notas sacude sus cabellos, porque las notas musicales son ninfas de una fuente de otro mundo, donde habitan sátiros jovencísimos y unicornios azules, centauros y cupiditos, en una selva llena de mariposas de color granate y morado. Las ninfas se bañan en el agua de un arroyo, de una fuente dorada, en la que las truchas naranjas abren sus besucones labios al morder el borde de gigantescos nenúfares. Las ninfas están todo el día, el sol es un ángel de cabello rubio con una espada de fuego, las ninfas están todo el día al borde del agua, salpicándose las unas a las otras, o peinándose las cabelleras. Y cuando la cuerda de la guitarra de juguete suena tañen unas diminutas campanas en las que tienen encerrados el canto de los grillos. Porque son unas ninfas cazadoras, y de noche, cuando todo el mundo pudiera creer que duermen, salen al jardín, a la selva de los centauros y los unicornios, y se dedican a capturar el canto de algún grillo. Porque si un grillo, azul y negro, se pone valiente y hace que el serruchito de su violín suene, asciende hacia la atmósfera una mariposa de perfume añil, que revolotea de flor en flor, de corola en corola, y que se va dorando y plateando del nácar de la luna. Las ninfas cazan como amazonas, llevan una armadura de pétalos de rosas y una corona de flores de lirios. Con una red hecha de hilo de oro cazan la voz maripósica del grillo insomne, y la guardan en un tarro de cristal verdecillo. Luego se sumergen en el agua de la laguna donde moran en un palacio de jade y esmeralda, y allí, en la habitación de los siete colores, con la mariposa apresada, dan forma a unas campanitas, las que luego sonarán cuando el niño haga temblar a la guitarra. Cuando una guitarrita de juguete se rompe hay en el cielo un ángel llorando.

El padre había escondido la guitarrita de juguete debajo de la caja de polvorones de coco, unos polvorones que sabían a pura delicia y se deshacían en la boca en un concierto de sabores tropicales y caribeños, de un dulzor afrodisíaco, haitiano, pero el niño mayor, que era un goloso sin límites, en su afán por devorar los mantecados, descubrió la estratagema del padre, se puso a tocar la guitarra que iba destinada al pequeño de la familia, y asesinó la sorpresa del día de Reyes Magos. Un torrente de grillos azules y violetas salió del corazón asesinado por espadas, ascendiendo a los cielos.

Enero 9, 2007


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