lunes, 12 de enero de 2015

Apuntes para un Libro de Mitología.

El Primer Instante.

En el principio era el Caos. Deforme, informe, inexistente. Más allá de él estaba el Espanto, circular, envolvente, cuajado de ronchas, que devoraba al Caos una y otra vez, y lo defecaba un millón de veces, u otras, con puercas y estomagantes nauseas lo vomitaba, para volverlo a tragar. Lo envolvía y lo destrozaba, lo fragmentaba, lo estiraba, lo descoyuntaba, lo hacía desaparecer, pero era eterno. Y siempre permanecía allí, sobre si mismo mortificado. Hasta que el Espanto se dividió en dos, y una de sus mitades se tragó el Caos, mientras la otra, hambrienta y con dolores infinitos, se devoró a si misma  y se arrancó las tripas. Una parte del Espanto era Yonda, llevaba en su rostro la Desfiguración y la Muerte y de sus senos brotaba una leche roja como la sangre que caía sin cesar en la nada amamantando el Absurdo, que practicaba felaciones consigo mismo en las que nunca había Orgasmo, y que tenía un ojo abierto siempre mirando hacia su propio ombligo, del que brotaban flores negras. Otra parte del Espanto era Léquiro, de desprendidas tripas, sanguinolentas y llenas de heces, que colgaban de su cuerpo y rodeaban su cuello como un horrible y doloroso collar. En sus ojos danzaban los Inuits, los primeros ángeles, extraídos alguna vez del Caos y cuyos cánticos rasgaban la Nada llenándola de Luz, una luz negra y violeta que se curvaba sobre si misma y que iluminaba las dos horrendas mitades del Espanto. Y cuando en aquel primigenio instante en que uno de los Inuits cantó Yonda y Léquiro se vieron a si mismos tal y como eran, como en un espejo, iluminados por la hierática Luz. El dolor fue terrible y el Aborrecimiento instantáneo eclipsó la Luz negra solidificándola, coagulándola, en trozos, gélidos o hirvientes, y se formaron los mundos. Y los mundos cabalgaban sobre el Absurdo, chocando entre ellos, y los Inuits jugaban con los mismos, o se los comían, volviéndolos a regurgitar. No complacieron ni a Yonda ni a Léquiro, y en el mismo momento de su creación desaparecieron, fueron destruidos. Y comenzó la batalla entre las dos fuerzas orgásmicas del  Espanto. Yonda llevaba el tridente de víboras y el Caos a su alrededor lleno de venenos y ruidos como un vestido o una coraza, Léquiro portaba su hedor descomunal y su mutilada Conciencia, petrificada de Dolor. Se enfrentaron, se combatieron, hasta que uno de ellos se rindió y se entregó de rodillas. Léquiro derrotó a Yonda, y le grabó una cruz de fuego. Luego se desposó con ella, y del incestuoso contacto engendraron el Tiempo. El Tiempo mató a Yonda y a Léquiro, pero de sus cadáveres surgieron los Obornis, de triple lengua. Los Obornis y los Inuits tropezaron, y rabiosos entraron en combate. De algún lugar de ese combate brotó la estirpe de la que descendería Colión.

Noviembre 17, 2006


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