El Primer
Instante.
En el
principio era el Caos. Deforme, informe, inexistente. Más allá de él estaba el
Espanto, circular, envolvente, cuajado de ronchas, que devoraba al Caos una y
otra vez, y lo defecaba un millón de veces, u otras, con puercas y estomagantes
nauseas lo vomitaba, para volverlo a tragar. Lo envolvía y lo destrozaba, lo
fragmentaba, lo estiraba, lo descoyuntaba, lo hacía desaparecer, pero era
eterno. Y siempre permanecía allí, sobre si mismo mortificado. Hasta que el
Espanto se dividió en dos, y una de sus mitades se tragó el Caos, mientras la
otra, hambrienta y con dolores infinitos, se devoró a si misma y se arrancó las tripas. Una parte del
Espanto era Yonda, llevaba en su rostro la Desfiguración y la Muerte y de sus
senos brotaba una leche roja como la sangre que caía sin cesar en la nada
amamantando el Absurdo, que practicaba felaciones consigo mismo en las que
nunca había Orgasmo, y que tenía un ojo abierto siempre mirando hacia su propio
ombligo, del que brotaban flores negras. Otra parte del Espanto era Léquiro, de
desprendidas tripas, sanguinolentas y llenas de heces, que colgaban de su
cuerpo y rodeaban su cuello como un horrible y doloroso collar. En sus ojos
danzaban los Inuits, los primeros ángeles, extraídos alguna vez del Caos y
cuyos cánticos rasgaban la Nada llenándola de Luz, una luz negra y violeta que
se curvaba sobre si misma y que iluminaba las dos horrendas mitades del
Espanto. Y cuando en aquel primigenio instante en que uno de los Inuits cantó
Yonda y Léquiro se vieron a si mismos tal y como eran, como en un espejo,
iluminados por la hierática Luz. El dolor fue terrible y el Aborrecimiento
instantáneo eclipsó la Luz negra solidificándola, coagulándola, en trozos,
gélidos o hirvientes, y se formaron los mundos. Y los mundos cabalgaban sobre
el Absurdo, chocando entre ellos, y los Inuits jugaban con los mismos, o se los
comían, volviéndolos a regurgitar. No complacieron ni a Yonda ni a Léquiro, y
en el mismo momento de su creación desaparecieron, fueron destruidos. Y comenzó
la batalla entre las dos fuerzas orgásmicas del
Espanto. Yonda llevaba el tridente de víboras y el Caos a su alrededor
lleno de venenos y ruidos como un vestido o una coraza, Léquiro portaba su
hedor descomunal y su mutilada Conciencia, petrificada de Dolor. Se enfrentaron,
se combatieron, hasta que uno de ellos se rindió y se entregó de rodillas.
Léquiro derrotó a Yonda, y le grabó una cruz de fuego. Luego se desposó con
ella, y del incestuoso contacto engendraron el Tiempo. El Tiempo mató a Yonda y
a Léquiro, pero de sus cadáveres surgieron los Obornis, de triple lengua. Los
Obornis y los Inuits tropezaron, y rabiosos entraron en combate. De algún lugar
de ese combate brotó la estirpe de la que descendería Colión.
Noviembre 17, 2006
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