sábado, 3 de enero de 2015

Amarillo.

Un Relato mediocrísimo para matar el Tiempo.

Mi astronave dejó de funcionar. Nereida VII dejó de llevarme por los espacios siderales, herida de muerte por un rayo C que los Obscenitas me habían lanzado desde su destructor. Durante unos escasisegundos Nereida VII me mostró todas sus posibilidades: o Chancrosia V o Terrameni VIII, y elegí, no sé porque extraño designio de mi infraconsciente, Chancrosia V, el planeta amarillo. Chancrosia era un planeta habitable o por lo menos respirable, Nereida VII me teletransportó allí en un escasisegundo antes de dejar de funcionar. Así que era un náufrago en un planeta desconocido, bueno, decir un náufrago con las infinitas posibilidades de subsistencia de mi astrotraje es exagerado, yo no era ningún Robinsón Crusoe que una tempestad hubiese lanzado desnudo al peligro, era más bien el turista inmensamente rico que pierde su patria y se exilia con dinero. Y allí estaba yo, en Chancrosia V, desconocido, amarillo y desconocido. Hasta donde abarcaban mis ojos todo era una gran extensión plana y amarilla, de una planitud perfecta, sin absolutamente ninguna ondulación, meseta o valle, y bajo el cielo inmensamente verde el planeta parecía una bandeja sin límites, histéricamente marfil. Le di al botón de agua de mi anillo de supervivencia y un leve reguero de agua apareció ante mis ojos cayendo desde un punto sobre mi cabeza sin aparentemente originarse sino de la nada, como por arte de magia, aunque profundos milenios habían pasado desde la invención del hacha de silex hasta que los científicos dieron con aquel proyecto de antimateria condensada. Luego, hambriento, apreté el botón de alimentación y ante mí flotando apareció tras un leve destello un par de píldoras de concentrado nutritivo. No hacía falta más, podía vivir mil años en aquel planeta, más que mi propio tiempo vital disponible, pero estaba totalmente solo. Pensé por un momento darle al botón de sexo, e inmediatamente haría el amor con mi más deseable fantasía y obtendría el correspondiente orgasmo sintético pero no me pareció oportuno, antes tenía que explorar el planeta, buscar alguna forma de vida, o sencillamente ver que tal era. Comencé a caminar. Anduve una infinidad de tiempo y la noche se me echó encima, todo era plano, estaba cansado y la obscuridad me aterrorizaba, apreté el botón de defensa y apareció ante mí el cubículo defensivo donde pernoctaría. Me introduje en él, era una esfera, una especie de iglú, hecho de energía, invisible para cualquiera que estuviera fuera de él, imposible de penetrar salvo por mí, totalmente opaco a la visión exterior pero transparente a mis ojos, podía ver sin ser observado y además el extraño suelo de mi guarida, iridiscente y de infinitos colores, era blando y tierno, mi espinazo podría descansar y mis huesos, cansados por la aventura, calmarían su reumático dolor. Apreté el botón de música y sintonicé a la fuerza la cadena de música clásica de mi planeta madre, no podía sintonizar ninguna otra cadena. Me puse a observar la noche de Chancrosia hasta que el sueño me invadió por completo. El planeta ha dado veinte vueltas alrededor de su sol, llevo veinte años solo en este planeta amarillo, liso, sin animales ni vegetación, no lo he explorado por entero, desde luego, es inmenso, como mi soledad, como mi desesperación, inabarcable, aburrido, soy un prisionero, un náufrago sin Viernes, sólo mi salud es perfecta y al menos la música clásica me acompaña en mi destierro. Podría ser peor. Sólo mi locura es mi vecina, le he dado infinidad de veces al botón de ataque carbonizando los alrededores, por eso en los aledaños de mi existencia solo hay negra destrucción, y el paisaje deja de ser plano y amarillo fulgente convirtiéndose en negro, rojo, esmeralda, marrón, alterado por explosiones y rayos beta, pero aún así es poca la extensión alterada pues el planeta es inmenso y yo un ser insignificante en dicha cárcel. Solo las estrellas y el sexo masturbatorio son mis compañeros en Chancrosia V.

Agosto 30, 2006


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