La Canariformis spléndida es una
mariposa de los bosques de Sumatra bellísima. Sus alas, irisadas y brillantes
adquieren a la luz del sol todos los matices tornasolados del arcoiris,
violetas o morados profundos, fucsias intensos, verdes soberbísimos. Cuando
vuelan en grupo de quince o veinte parecen una serpentina de colores lanzada en
un festejo de Navidad o Victoria. Por la selva, en las profundidades donde se
mueven, sus larvas se alimentan de cadáveres descompuestos, crecen
especialmente espectaculares en los cadáveres corrompidos de los tigres
muertos. No hay dos iguales, cada una es distinta, las hay que son como de un
hilo de oro de seda, brillantes y divinas y que casi pudieran con sus alas
parecer de pan de oro. Otras en cambio son de amarillo limón, un limón muy
agrio y dorado que en sus alas transparentísimas las hace similar a láminas de extraño
celofán. Las orugas en cambio son tan negras que parecen en los cadáveres de
los que se alimentan una extraña larva infecciosa que precisamente los haya
devorado desde dentro. No hay nada más horrible que el cuerpo magnífico de un
tigre muerto al que estas orugas hayan atacado, de su boca llena de sables las
orugas cuelgan negras y espectrales compitiendo a su vez con las larvas de los escarabajos,
las moscas, y los tábanos. A veces salen de las cuencas vacías de la feroz
bestia caída y semejan entonces gusanos infernales en un monstruo de rayas. Las
crisálidas son de color naranja, a gran altura, sobre la bóveda altísima de la
selva, sirven de alimento suplementario a los monos, que las encuentran sabrosísimas
y pelean iracundos si hay escasez de ellas en las inmediaciones. Vuelan en
grupo de veinte o treinta atadas entre ellas por los invisibles lazos de una
potente feromona exhalada por cierta glándula de su tórax. Y se alimentan de
las extraordinarias flores que la exuberante vegetación crea. La Canariformis
spléndida es altamente apreciada por los vendedores de tinta china, de ellas se
obtiene el negro índigo, un negro azulado que vuelve locos a los especialistas
en caligrafía china. Se organizan espectaculares cacerías buscándolas, cada
mariposa vale siete euros en el mercado negro de Pekín. Allí, a veces se
subastan y en los subastadores el frenesí incrementa el precio a catorce,
quince, exagerando o incluso sin exagerar cincuenta dólares. Por eso hay toda
una caterva de cazadores furtivos que invaden el Parque Natural del Este de Sumatra.
Cuando llegan en un bote a la casa del calígrafo éste entra en éxtasis, se
apresura a prepararlas. Ya están muertas, claro, lo ideal es exprimirlas cuando
están vivas pero entre Java y Pekín hay tres mil millas. El calígrafo machaca
las mariposas en un mortero, vierte un poco de alcohol sobre él y aceite de
lino, y hierve después el compuesto, depositándolo más tarde sobre el tintero. Chian
Tseging cogió entonces el pincel y sobre la tela de algodón escribió la palabra
Fin.
Septiembre 24, 2006
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