martes, 20 de enero de 2015

Los Dos Conventos.

La Calle se llama Sefarad, España en Hebreo, creo, pero anteriormente se llamaba Calle de los plateros. Había platerías, se hacían damasquinados y cuchillos, de oro y de plata, perfectos, geométricamente perfectos. Tres o cuatro platerías en la calle y dos conventos. El convento de las Teresianas de la Santa Espina. Y el Convento de los Padres Crapulenses. Los edificios eran altos, grandes, inmensos, majestuosos, con enormes patios y jardines interiores, fuentes, y huertas. A los maitines la calle sonaba a gregoriano, como si sirenas cantasen en el fondo del mar. Y las campanas llamaban a la oración, como extraños pájaros azules en el alba. Fueron demolidos. Los Conventos son ahora un edificio de apartamentos, pero las platerías permanecen en su lugar, han cambiado los titulares de los negocios, la familia Heredia es ahora Hermanos Facundo y los Relojeros Saborites es ahora Joyería La Guirnalda. Sé que esta historia me traerá problemas, durante un tiempo los edificios conventuales fueron ruinas deshabitadas, los borrachos hacían hogueras en sus patios interiores y los yonkis disfrutaban en una intimidad propicia a su adicción. Los niños se aventuraban a pasear por la Iglesia demolida, jugando a los piratas o robando limones. Apestaba a mierda humana, botellón de cerveza, humedad deliciosa y azahar en ciernes. Aquí me contó la historia un familiar. En las ruinas se encontraron esqueletos de niños recién nacidos muertos al nacer por sus propias madres, las monjas en pecado. Y un pasadizo bajo la calle unía los dos conventos, se organizaban orgías de frailes y de monjas, orgías que duraban días y días, en la más absoluta depravación y en el más absoluto de los secretos. Cuando la monja quedaba preñada, abortaba, y tiraba los restos a un pozo. Si seguía con el embarazo cometía, al final, infanticidio. El obispo no sabía nada, Sor Teresa era una autentica hetaira, el Padre Prior Jerónimo, un burro de falo gigantesco. Los frailes estaban posesos de priapismo, las monjas, enfermas de ninfomanía. Hacían escarnio de la Ostia consagrada y al inmenso Jesús crucificado que había en la Iglesia de los frailes le ponían una caperucha roja sobre la cabeza para que no presenciara el acto sexual, múltiple y blasfemo que sobre los bancos del sagrario se realizaba. Hay que decirlo, copulaban antes y después de comulgar, y se embriagaban con el vino ya consagrado para la Santa Misa, hacían mofa del Misterio de la Encarnación. No era el convento de Jesús y de María, sino el de San Satanás rabicundo.  Sobre los dos edificios cayó el terremoto de 1925. El Obispo los cerró, quizás sospechase algo, nunca lo sabremos. Las platerías, sin embargo, soportaron el embate de la tierra intactas, como monolitos de pureza frente al escarnio. Por esas dos ruinas paseé cuando niño, me gustaba ver las libélulas que había en un estanque. Sospecho que el alma de los niños asesinados se pasea por este lugar llorando eternamente, y que se refleja en los brillos de la platería de las tiendas. También un yonqui murió de sobredosis en lo que antes era un patio y ahora es una tienda de licores. Y del viejo árbol al que me subía sólo queda un letrero que dice: Opticas Racem. En fin, historias de conventos. Ah, me acuerdo ahora mismo que un día presencié la pelea de dos yonquis, por Dios qué de recuerdos, pero no se mataron, terminaron amigos mientras yo cogía limones para mi madre subido al árbol igual que un mono, qué de recuerdos. En fín, por favor, ¿puede indicarme el precio de ese reloj de oro?.

Enero 12, 2007


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