Tensión, arista, crimen, corola,
perfume. La Mantis orquídea, la Mantis rosa, en la antesala del espasmo, junto
al rosal, sobre sus ramas, mimetizaba, en un disfraz exacto, al vegetal que
elevaba su plegaria al cielo escanciando un aroma voluptuoso. La hipócrita
perfecta, maquinaria de una tensión indescriptible, bella y sacrílega, en un
horror hermosísimo, ponía un endemoniado vestido de filos a su animal
blasfemia. La corola de la rosa rosa, ascendía su vapor en la humedad reinante,
tarro de esencia que se guarnecía de maquiavélicos alfileres, y la Mantis, que
sobre la rama pareciera una hoja más del furibundo rosal, se aprestaba en un
éxtasis de inmovilidad absoluta, cual una pantera rabiosa, a una oración de
hambre e ira, resorte que disimulaba una violencia incontenible. Tensión,
arista, hiperdulía, corola, perfume, asesinato, el artrópodo sobre la rosa
manifestaba un quebranto de híbridos frenéticos, pero impasibles, inmóviles, en
muelle, un milisegundo antes del ataque, carnaval de violencia en palacios
rococós, belleza y salvajismo, religión, hipocresía, pavor. La humedad se
lanzaba sobre la naturaleza y una gota de rocío sobre un foliolo del vegetal
obsequiaba un punto de pureza al bello y horrendo misterio de la criminal
fervorosa. La hereje oraba su dañina frase de invocación a los dioses con la
apariencia del vegetal inmóvil y bajo su aspecto de devota fanática y de
hermosísima rama se ocultaba la ferocidad infinita de la bestia. Horrenda y
bellísima, la Mantis rosa, semejaba la rama y la hoja seca del rosal, y a su
alrededor, su palacio de fragancia se hermoseaba de aristas punzantes, y, en la
carne del pétalo, la gota de rocío reflejaba el espanto del magnífico
artrópodo. Arpas a punto de ser pulsadas y copas de cristal a punto de romperse
y un instante antes del espasmo lo barroco de la escena era bello, delictivo,
demente, y sublime. A la soberbia de la corola se oponía la soberbia del
crimen, la blasfemia en la antesala del sagrario, y un aroma sin medida que
atestiguaba la oración del homicida. Perfectísimo y sacratísimo el monstruo se
aromaba al lado de la rosa, estático y violento, tal un veneno a punto de ser
vertido sobre un cáliz. A lo iracundo del nervio eclipsado, el satánico y
hereje animal lo disfrazaba con el fanatismo de lo hierático, la camaleónica
belleza junto al lujurioso vegetal era un sinsentido de adoración y rabia. La
Mantis orquídea, la Mantis rosa, junto a la rosa rosa era un eclipse de belleza
y maldad. Ferviente el insecto permanecía en una adoración brutal. Y la rosa
hacia el cielo lanzaba su alma sin contornos. Exuberancia, fragancia, metáfora,
fanatismo. La naturaleza me regalaba una visión de aterradora belleza. Como en
un espejo la zarza se reflejaba en el insecto y el insecto en la zarza. Armonía
y horror bajo el impetuoso aroma de la flor. Con una siniestra simetría lo
salvaje, pluscuamperfecto, era un arpegio de espinas, aristas, y perfume.
Abyecto el insecto, jesuítico y bellísimo, la rosa viva, la Mantis orquídea,
sobre la rama de la rosa, erizada y nácar, era el arquetipo del depredador falsario
al borde del furor. La flor exhalaba hacia arriba un escándalo de fragancia. La
corrupta belleza de una blasfemia, virgen maldita en la Iglesia lasciva, se me
regalaba en aquel instante con la sorpresa del carnaval. Exótico, repugnante,
selvático, horrendo, para mis ojos de niño, todo el espanto y toda la belleza,
todo lo salvaje y todo lo divino. Un éxtasis de horror, transido, perfumado, y
lindo, se sincronizaba a un acorde de silencio y sacrilegio hermosísimo.
Diciembre 29, 2006
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