lunes, 5 de enero de 2015

Variación con ángeles de El Descenso.

La infinita curva gira eternamente desde la altura imposible hasta la profunda sima. Bajando, la escalera es como el teclado de un estrambótico piano, suenan los acordes brevísimos, las debilísimas notas del helicoidal diapasón. El tornillo de Arquímedes, la circunferenzante espiral que baja desde lo alto hasta el submundo permite al vértigo bambolearse en cada escalón y la estilizada danzante gitana curva su cuerpo, lo retuerce una y otra vez, hasta hacerse de un peso imponderable. En cada escalón, diente de esa boca multitudinaria que sólo sabe de curva y hueco, en cada escalón, afiladísimo como cuchilla de afeitar, el pie de un ángel se atreve. Suben o bajan los ángeles, en sus espaldas las alas plumosas o maripósicas, por la escala, por la hélice, no es un trabajo de necios, o quizás sí, pero ahí está el caso, los magníficos y rubísimos efebos tocan ese arpa innumerable, el arpa que gira y gira y gira, el molusco, la espiral, la hélice, la elipse, el artefacto, y la levedad que se enfrenta al vacío lo extiende y lo estructura insondable, majestuoso, equinoccial. Son alas bellísimas en las que el nácar compite con el dorado, y de pronto, el ala quiroptérica del diablo, el ángel de las inmensas uñas, que sube con la mirada iracunda y rabiosa y los ojos enfurecidamente rojos, viscerales, muy brillantes, carbones encendidos, en los rostros morenos y negros. Oh tremendo tigre de iracunda belleza, indescriptible fortaleza de negra hermosura, Luzbel condenado y entretenido, animal de perfectísima estructura. El vértigo se mueve temblando en cada peldaño, un mármol negro o rosa o verde, lleno de vetas magníficas, tal el suelo de jade y porcelana de un palacio. Los ángeles se enfrentan, es una batalla colosal, los tres equipos, de los que se apodera un frenesí indescriptible, ponen un maravilloso toque de belleza en el soberbísimo caracol que gira sin parar. Pero no, no hay ángeles de alas de murciélago, ni ángeles de alas de paloma, sólo hay ángeles de alas de mariposa, subiendo y bajando por la escala, columpiándose lascivos en la hélice, multitudinarios, preciosísimos, alas verdes, alas rosadas, alas azules, alas fucsias, los jóvenes se incorporan sobre el pretil y el hueco que intenta tragarlos aspira sin descanso, pero los grandes toreros por verónicas celestiales burlan al giratorio toro y lo dejan contrahecho, lleno de infernales dientes. El hueco promete al vértigo la ejecución de algún diamante, pero los diamantes sublevados se niegan a pertenecer a la esfera de lo estomacal. Los hombres mariposa y las mujeres mariposa tocan el clavecín circular con la amabilidad y la delicadeza de un ala de seda y polvillo de oro. A cada paso el pie en el escalón lo hace sonar de esmeraldas y rubíes, y aunque en la esfera de lo macabro, quizás allá más abajo esté agazapado, escondido en una vuelta de hélice el maligno murciélago, no hay en la esfera ningún sonido agrio, ningún chirrido afilado, salvo el del arquetipo que gira y gira en el espacio sin límites. Procesión de encanto psicodélico, éxtasis sobre la circunferencia.

Octubre 15, 2006


No hay comentarios:

Publicar un comentario