La infinita curva gira
eternamente desde la altura imposible hasta la profunda sima. Bajando, la
escalera es como el teclado de un estrambótico piano, suenan los acordes
brevísimos, las debilísimas notas del helicoidal diapasón. El tornillo de
Arquímedes, la circunferenzante espiral que baja desde lo alto hasta el
submundo permite al vértigo bambolearse en cada escalón y la estilizada
danzante gitana curva su cuerpo, lo retuerce una y otra vez, hasta hacerse de
un peso imponderable. En cada escalón, diente de esa boca multitudinaria que
sólo sabe de curva y hueco, en cada escalón, afiladísimo como cuchilla de
afeitar, el pie de un ángel se atreve. Suben o bajan los ángeles, en sus
espaldas las alas plumosas o maripósicas, por la escala, por la hélice, no es
un trabajo de necios, o quizás sí, pero ahí está el caso, los magníficos y
rubísimos efebos tocan ese arpa innumerable, el arpa que gira y gira y gira, el
molusco, la espiral, la hélice, la elipse, el artefacto, y la levedad que se
enfrenta al vacío lo extiende y lo estructura insondable, majestuoso,
equinoccial. Son alas bellísimas en las que el nácar compite con el dorado, y
de pronto, el ala quiroptérica del diablo, el ángel de las inmensas uñas, que
sube con la mirada iracunda y rabiosa y los ojos enfurecidamente rojos,
viscerales, muy brillantes, carbones encendidos, en los rostros morenos y negros.
Oh tremendo tigre de iracunda belleza, indescriptible fortaleza de negra
hermosura, Luzbel condenado y entretenido, animal de perfectísima estructura.
El vértigo se mueve temblando en cada peldaño, un mármol negro o rosa o verde,
lleno de vetas magníficas, tal el suelo de jade y porcelana de un palacio. Los
ángeles se enfrentan, es una batalla colosal, los tres equipos, de los que se
apodera un frenesí indescriptible, ponen un maravilloso toque de belleza en el
soberbísimo caracol que gira sin parar. Pero no, no hay ángeles de alas de
murciélago, ni ángeles de alas de paloma, sólo hay ángeles de alas de mariposa,
subiendo y bajando por la escala, columpiándose lascivos en la hélice,
multitudinarios, preciosísimos, alas verdes, alas rosadas, alas azules, alas
fucsias, los jóvenes se incorporan sobre el pretil y el hueco que intenta
tragarlos aspira sin descanso, pero los grandes toreros por verónicas
celestiales burlan al giratorio toro y lo dejan contrahecho, lleno de
infernales dientes. El hueco promete al vértigo la ejecución de algún diamante,
pero los diamantes sublevados se niegan a pertenecer a la esfera de lo
estomacal. Los hombres mariposa y las mujeres mariposa tocan el clavecín
circular con la amabilidad y la delicadeza de un ala de seda y polvillo de oro.
A cada paso el pie en el escalón lo hace sonar de esmeraldas y rubíes, y aunque
en la esfera de lo macabro, quizás allá más abajo esté agazapado, escondido en
una vuelta de hélice el maligno murciélago, no hay en la esfera ningún sonido
agrio, ningún chirrido afilado, salvo el del arquetipo que gira y gira en el
espacio sin límites. Procesión de encanto psicodélico, éxtasis sobre la
circunferencia.
Octubre 15, 2006
No hay comentarios:
Publicar un comentario