El Spantax horribilis es un
extraño insecto del planeta Helicón V. Un extraño lepidóptero de valor
incalculable, de él se obtiene un veneno que en pequeñas dosis es una potente
droga alucinógena, la esminta. La esminta es más poderosa y afrodisíaca que la
cocaína, mucho más alucinógena que cualquier compuesto químico sintetizado por
el hombre. En los más de diez mil planetas de la Federación la esminta es la
substancia de más valor que se conoce. El comercio negro del tóxico y
psicodélico compuesto lo encarece hasta la nausea. Los yonquies de esminta
engordan hasta reventar por su propio peso en pocas semanas, desarrollan
tumefactas tumoraciones y bubas sangrantes, la piel se les cuartea y agrieta y
toman el aspecto de monstruos mitad cerdo mitad lagarto, con grandes ulceraciones,
terroríficas, espantosas. Es imposible abandonar la adicción, la esminta
proporciona viajes alucinatorios inacabables, prácticamente proporciona una
visión global del espacio tiempo, y una sucesión de orgasmos reiterados, el
cerebro termina explosionando, licuado, geliforme, destruye la masa nigra. Los sujetos
que se inyectan tal abominación mueren a los dos meses, no es posible la cura.
Una sola dosis puede enganchar, una sola dosis puede ser mortífera y el daño
permanece durante años. El Spantax horribilis crece en los cuerpos de los
Yergáis, las bestias feroces del planeta Helicón V. Pero no vale cualquier mariposa,
sólo las de alas azules sirven para obtener la esminta. Los demás Spantax no
sirven, son la misma mariposa, los mismos genes, la misma especie, pero no
sirven, no producen la infernal substancia. El problema se incrementa, se
acentúa, los Yergáis son bestias feroces, inmundas, desaprensivas, y muy
inteligentes. Son como panteras de comportamiento grupal, extraños e infernales
lobos de una soberbia y una ira inmaculada, arquetipos de Satán, luciféricos
animales de una demencia y una barbarie ilimitada. El depredador ideal, el
arquetipo, el modelo, el molde del depredador sin límites, el fagocitador de
todo bicho viviente. Pero vale la pena el riesgo. Atrapas a un Yergáis y
esperas su muerte y entonces observas a las extrañas mariposas que germinan del
cadáver, rojas, amarillas, verdes, azules, esas, las azules, valen un billón
cada una. Pero atrapar a un Yergáis, sobrevivir al ataque de un Yergáis, en su
feudo, en las inmisericordes selvas de Helicón es lo difícil. Lo dificilísimo.
Porque quien observa un Yergáis se ve sometido de golpe a la visión de la
fiera, ella huele el miedo y te lo devuelve centuplicado, te atenaza los
músculos, te impide la resolución del problema, y te devora. Y actúan en grupo.
Son inteligentes, listas, previsoras, fatales. Si uno se somete a la visión de
la bestia puede volverse bestia. Los que las han enfrentado nunca vuelven a ser
los mismos, han caminado por el borde del abismo y llevan la huella en el alma
como una marca indeleble, el miedo. He tomado mi primera dosis de esminta y
conozco, lo he visto, en mi visión todo resplandecía, el lugar, el sitio exacto
donde los yergáis están ahora mismo alimentándose, el nido, el sepulcro de sus
repugnantes babas. Los venceré, la esminta será mía.
Octubre 15, 2006
No hay comentarios:
Publicar un comentario