Me eché a dormir con mi pulsera
psicodélica y con el deber cumplido de haber asesinado a la luna. Mientras
dormía un sueño se acercó al interior de mis ojos y gritó al oído su melodía de
cristal. Soñé que era un niño en la playa y que tenía un cometa dorado, de
ámbar, y que lo izaba muy alto muy alto. El hilo de seda que atrapaba el cometa
se rompía y éste, revoltoso, se negaba a volver a mis manos, gritándole a las
nubes: soy libre, soy libre, mirad como vuelo, pero las nubes se enfadaban y se
ponían de acuerdo para llover a un tiempo, negras y malhumoradas. Entonces el
cometa empapado volvía a mis brazos tiritando de frío y yo lo castigaba de
nuevo escribiendo en uno de sus alerones, propiedad de Francisco. Después lo guardaba
en una caja de cartón junto con una lámpara vieja y yo detrás de unas cortinas
verdes me ponía a escuchar lo que decían sin que supieran ambos que yo estaba
presente. Oía la conversación, la lámpara, cubierta de polvo tenía cinco brazos
como un extraño pulpo de bronce y contaba las historias que había visto en la
casa del Duque de Chispirita, decía que había visto a la muñeca de pelo azul
reñir y hacer el amor, hacer el amor y reñir con un cuadro abstracto que el
duque tenía en el salón. Que una vez la muñeca de pelo azul se introdujo dentro
del cuadro, trece manchas de color naranja y una mancha de color violeta y
verde y que cuando salió estaba vestida de amapolas rojas y llevaba un
collarito de zafiros provocadores que estaban todo el día gritando y brillando,
brillando y gritando, histéricos y deslumbradores; que el cuadro abstracto
cuando salió la muñeca se descolgó de su chincheta y se puso del revés, con una
mancha más, de color amarillo furioso que trinaba silbidos de piano y violín
como un canario. La lámpara también le contó que había visto al Duque de
Chispirita echar veneno de clepsidra en un jarrita de color granate y dársela
de beber al gato cenizoso porque éste maullaba todas las noches buscando
gatitas y no le dejaba conciliar el sueño pero que el felino sobrevivió, se
volvió aún más cenizoso y se vengo del conde arañando hasta la muerte el sillón
de armiño del aristócrata, que quedó deshecho de tanta uña afilada. Cuando la
lámpara iba a contar la historia del cascabel que le pusieron a cenizoso me
desperté. El sol bailaba en el cielo y no se le podía mirar de frente pues daba
bofetadas pero me di cuenta de que le faltaba un cacho de cielo al cielo. El
cacho de cielo que yo había arrancado para asesinar la luna, y resulta que por
el trozo ausente se veía el interior del cielo. Metí mi cabeza en el hueco,
primero con miedo pero con mucha curiosidad, y luego me metí dentro del mismo
cielo. Como soy muy discreto otro día quizás os contaré lo que allí vi pero
tengo que tener mucha precaución pues no quiero que nadie más entre y estropee
aquello. Después de haber estado en el cielo salí de allí y me puse a buscar
almejitas a ver si daba con el cadáver de la luna que había encerrado en una de
ellas.
Septiembre 5, 2006
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