El gañán, de unos cincuenta o
sesenta años, delgado, casi hasta el borde de la inanición pero fuerte y
combativo, muy fuerte, dotado por la naturaleza de acero y violento nervio,
fumaba un pitillo y de sus manos nudosas y huesudas el humo a veces parecía un
serpiente enroscada. Le brillaba un diente de oro en su abrupta boca y una
carie descomunal ponía negro otro incisivo dotando al hombre de aspecto
fantasmagórico. Bajó las escaleras despacio con su jaula en una mano, una jaula
de alambre oxidado, sucia, terrorífica prisión para la hermosa veleta de torre
de Iglesia gótica que tenía allí encerrada. El recinto olía a nardo podrido y
tabaco, a buen vino de Jerez y boñiga de caballo, se mascaba la fiebre de los
apostantes, los recios campesinos, más de uno con una lesión premelanoma,
curtidos y amorenados por el sol, quemados, gastados, añejos, afeados por el
astro solar, maduros ya a pesar de ser muy jóvenes. El gallo, de tornasol rojo,
se lanzó a la batalla, picotazo va y viene sobre su negro compañero, el espolón
de acero, cuchilla de diamantes, y la hermosura del ave, pequeño pavo real
rojizo. Pelea de corral y apuesta del jornal de la siega. Chumbera lejana llena
de tormentos e imprecaciones, dulzor espinoso, azúcar erizada de venenos pero
muy azúcar y muy deliciosa, apetecible. Un arpa de plumas de bronce se
enfrentaba a otra arpa de plumas negras y el violento concierto, lleno de ira y
belleza abría sus nacarados sonidos de espolones afilados a un coliseo de gente
quemada. Aguardiente y manzanilla, aceitunas verdes, lirios inexistentes, hoces
oxidadas, guadañas negras. Los sombreros negros en los viudos, y en la parte
opuesta de la finca donde se burlaba a la gobernación la vieja mula que come
del pajar y la paja seca, y el ardiente verano, danzando con alacranes bajo la
parra verde. Reflejando el sol en un cubo de agua. Se miraron los dos hombres
con miedo y deseo, ¿cómo ocultar el deseo prohibido?, allí la apuesta, el furor
de la ganancia, y en el círculo los dos gallos haciéndose daño, clavándose las
espuelas y las gotas de sangre roja de gallina en la arena húmeda o seca, a la
sombra, bajo el techo de paja y hojalata. Se miraban los dos hombres con deseo
y nunca se abrazaron y nunca se bebieron. La borrachera ocupó después cuando el
sol caía el recinto, el gallo muerto fue tirado en un cubo de Zinc, el vencedor
volvió a su jaula de oxido, su dueño afortunado sonreía, y le decía mi niño al
pájaro herido, chorreando sangre, lleno de picotazos y espolonazos sangrantes.
Rojo el sol se hundía, la tarde arriba era violeta y púrpura.
Septiembre 5, 2006
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