Ellos, los demonios, están
arriba. Pueden reptar por las paredes, equilibristas, arañas, salamandras,
perfectos. Son horribles, feos hasta la nausea, por eso son demonios. Son de
largos miembros y grandes cabezas sin rostros, y se mueven por la pared
buscándonos. Nosotros somos sus presas. Y tenemos el miedo de las presas. Hemos
bajado un puesto en la cadena alimenticia, ya no somos los reyes de la creación
porque, como condenados, nos hayamos en la espiral. Y en la espiral, el vértigo
desde arriba hacia a lo obscuro, en la espiral, hemos de bajar para escapar de
ellos. Cada paso que damos, cada peldaño que descendemos, es una proeza física
y mental. Esta lucha por pintar la pared que hacemos sin arneses es una culebra
venenosa de dientes afilados, un eterno ofidio venenoso. Y bajamos, y de
pronto, un puto demonio baja reptando por la pared, agarra a Rocío y se la
lleva hacia arriba, para comérsela, para desollarla, supongo, y otro demonio,
brutal como una carcajada de leproso, despeña a Carlos de un manotazo, para
reírse, y su cuerpo, que era similar a una noche de verano, cae rebotando por
las paredes en el infernal intestino de la bestia. Aquí estamos, atenazados por
la altura, alpinistas aficionados, hombres arañas a la fuerza, por decisión de
los dioses, mascando terror, mascando el chicle amargo del miedo, temblando de
espanto. Ayúdame, dice Eva, no puedo más, voy a caerme, la intento animar con
una palabra amable. Y un demonio viene y se la lleva, hacia arriba, porque sí,
porque le da la gana, porque tiene que alimentarse, porque disfruta con ello,
seguimos bajando. Fernando se despeña, no ha podido más, pobre muchacho débil y
gordito que siempre nos agradó. Era la bondad personificada y ha caído, Oh
Dios, ¿porqué nos has abandonado?. Seguimos descendiendo. Huída, huída, huída,
y terror. Descanso un poco, no puedo ni respirar, sólo se oye el chorreo del
agua por las paredes, el rozar del liquen ancestral y nuestra agitada
respiración.
Julio 12, 2006
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