lunes, 29 de diciembre de 2014

El Reloj.

Camina frente al tribunal en un desierto. Llega ante él. El Juez, se alza soberbio sobre el estrado y le acusa. El interfecto se pone a hablar: Yo no he matado a ese chulo. Es cierto dice el Juez , no se te acusa de eso , se te acusa del mayor delito que un hombre puede cometer, se te acusa de haber derrochado tu vida, es cierto, dice el acusado pensativo, y el juez, majestuoso, responde: y el veredicto es Culpable. Y allí estaba yo frente a la parada del autobús, media hora esperando, recordando la escena de la película Papillón al milímetro, miré de nuevo mi reloj, el autobús no llegaba y ya era más de media hora esperando, recordé entonces el famoso poema de Baudelaire. Toda la vida, toda la vida es una larga espera. En la Divina Comedia de Dante Alighieri hay una escena, los soberbios se encuentran en una larga cola en una playa celeste esperando, esperando eternamente al ángel que los lleve al cielo. A mi lado no había ningún Virgilio, el frío de la calle, Enero, masticaba hojas de cardo, me acariciaba con espinas, me laceraba, me hería la nariz, me dolía. Yo estaba allí, como una estatua a la intemperie. Aún no había salido el sol, y el autobús, como la vedette de una revista de teatro se hacía esperar, grandilocuente. Estaba desperdiciando mi vida, me puse a cantar, Yesterday de los Beattles, no pude, el frío acunaba mis notas, me temblaban los dientes, los hacía chocar involuntariamente unos con otros, todo yo enteramente era un muelle que temblaba bajo la presión atmosférica. La campana de la Iglesia sonó. Su reloj marcó la hora, irascible, y el autobús, soberbio, no se dignaba a aparecer, y yo, tal un pobre náufrago en la tempestad me debatía en la helada. Imaginé que era un dragón echando humo por la boca, de inmediato volví a cerrarla, el frío no permitía condescendencias de ese tipo. A mi no se me la juega, decía, cubriendo de escarcha las ramas de los árboles y matando de golpe gorriones envejecidos. Volví a mirar el reloj, éste parecía no avanzar y haber avanzado al mismo tiempo un siglo. Desesperaba. Entonces un hombre llegó a la parada. Su aspecto era turbio y miraba de reojo, tenía un cierto rictus de mala leche en la mirada. Sentí miedo. El miedo se unió al frío, tensó aún más mi maltrecho cuerpo suplicante. Un Diapasón temblaba en mi cuerpo con resonancias de campana y vino tinto. El reloj de la Iglesia brillaba redondo y fluorescente, blanquísimo e impoluto, la Iglesia, iluminada de amarillo por los focos no semejaba la escena de un crimen decimonónico, pero aún así, la presencia de aquel hombre me supo en la boca a sed en el calvario. El miedo se asomó a mis pupilas y estas se contrajeron. El enviado no decía nada, se limitaba a esperar como yo, pero amenazante, soberbio, riguroso, con cara de mala leche. Tal un tigre a la espera de una sola nota de mis labios. Rompió la esfinge hierática con un gesto, me preguntó la hora, volví a mirar el reloj, se la dije, comenté que el de la Iglesia iba de retraso. La noche parecía difuminarse, pero el miedo no se alejaba, permanecía en mis intestinos espesando minúsculas dosis de adrenalina. El frío no cejaba de acompañarle, compañero fiel en la aurora de los enemigos. A lo lejos un autobús llegaba. Por fin la esperanza salvadora se hacía presente, y el miedo se alejó de repente machacado y estéril. Decepción. No era el número de línea. Mis ojos que brillaban felices se enturbiaron. El individuo a mi alrededor tampoco se subió a la ballena, permaneció allí, indeleble, acompañándome, dibujando en mi espalda un puñal, un cuchillo, una navaja, una pistola. Volví a sentir el frío, caudillo del invierno, general insurrecto vencedor de mil batallas. Volví a sentir el miedo, y yo a la defensiva estaba fabricado a la manera de un resorte, presto al combate, con la espalda frente al fuego y de cara al león. Ya la noche negra empezó a azulearse y a lo lejos finalmente llegaba la máquina. La señora había tardado en empolvarse la cara, en elegir el sombrero, y en ponerse los guantes mientras yo luchaba por mi vida de manera dantesca.

Agosto 16, 2006


No hay comentarios:

Publicar un comentario