El adolescente estrena slips. La
madre, bondadosa, compró esta mañana calzoncillos en el mercado, para sus hijos
y el adolescente estrena hoy slips azules. El verano marca un baile de
escorpiones en los tejados. La noche, caliente de chapa caliente, invita a los
cuerpos al mar. La luna busca lobos rabiosos sobre los que ejercer su poder,
blanca y redonda y gorda busca cancerberos furiosos para invitarlos a la
cacería. El adolescente en su cama observa sus slips azules, estrechos,
marcando y apretando sus incipientes genitales. La sangre va de arriba abajo,
desciende desde el cerebro del hombre al cerebro de la bestia, el muchacho,
bello como la luna, hermoso como la noche, ángel, Apolo, sátiro, empieza a excitarse.
El sudor es aceite. En los molinos de almazara las aceitunas estrujadas por el
peso vierten su sangre verde y amarilla, su zumo, y en las acequias el agua
estancada pide niños ahogados, grillos insomnes que les digan a las estrellas,
asomaos a mi profundo cauce, y la noche arriba, encima de los tejados baila
pidiendo figuras, a las que bañar de sombra y luna. El adolescente cierra los
ojos, su cuerpo destila clepsidras y en la umbría se somete a si mismo, al peso
de la carne, se transfigura. El slip azul aprieta y duele, la serpiente de su
sexo no desea mallas de lino, sino conectarse al placer, el muchacho se toca,
furibundos sacerdotes observan desde sus confesionarios, el pecado busca su
victoria, Luzbel feliz y bellísimo se asoma a los acantilados, a la selva, a
los volcanes, al fuego, y el muchacho violenta su prisión y se lanza a la luna.
Arden llamas azules en las frentes ofuscadas, Manuela danza con sus cinco hijos
en torno de la hoguera, jazmines enfurecidos perfuman azoteas y jardines, en los
bosques el tigre, sombrío, busca bueyes de torcidos cuernos, el macho cabrío se
presenta en el aquelarre de las brujas, negras y desdentadas, horribles y
burlonas, la refinería explota, llamaradas y humo negro en la ciudad
industrial, los bomberos acuden con sus mangueras al peligro, el fuego quisiera
tragarse aquella vieja fábrica. El muchacho, sudoroso, brilla bajo la luna, su
cuerpo es de plata y aceite, de liquen y musgo, la fiebre en su alto sexo, es
un ciervo virginal solitario en la campiña, Luzbel es un terremoto en la
Argentina, en la celda del convento San Antonio, se lacera suplicante, chorrea
sangre en la espalda del fraile, violento y buscando a Dios eternamente. El
muchacho pone de su ser en el vacío su semilla sin tierra, yermos quedan los
campos y novias imposibles sueñan en muchachos desnudos para beberse el mar. El
tuerto ladrón espera emboscado a los dos amantes que pasean bajo los
eucaliptos. Un aroma de reseda se escancia impúdico en los jardines. Brillan
las navajas en los emboscados y el sueño sumerge al que duerme en su infinita
prisión.
Agosto 24, 2006
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