jueves, 25 de diciembre de 2014

El Descenso, cuarta versión.

Juan, José, Francisco, Paula y Andrea, huyen. Huyen, huyen, huyen, porque el temor y el espanto, hombre de cara desfigurada y monstruosa, con apetencias vampíricas y sexuales, les acosa y les quiere hacer un adorno en los cuerpos, un adorno de agujero sangrante, de dos agujeros sangrantes, orificios de entrada y salida de munición, o porque quizás les quiere hacer algún otro adorno en los vestidos corporales mucho más extraordinario. Así que los cinco ángeles de deliciosas curvas y rectas, los debilísimos Apolos y Afroditas subyugantes, en la huida de la infernal Málaga dan con la espantosa y aún mucho peor Malagón tremebunda, como un salir de la sartén para dar con las llamas. Y entran. Entran dentro del caracol. Ellos no saben que el caracol siempre está hambriento, que su boca obscura, rotunda y amplia cual una satánica catedral, siempre tiene el hambre de los ogros y los orcos, que esa hambre, reliquia de una antigua matanza de ángeles, les espera, feroz e irascible, arquetípica, atroz, innumerable y definitiva. Y la enorme boa constrictor del caracol los traga con la promesa de la escapada. Entran en el demoníaco Nautilus cuyos escalones de piedra les prometen una salvación por un instante, pero a medida que descienden la certeza del hueco se agranda y el espíritu de lucha se va haciendo cada vez más pequeño hasta quedar anulado. Y las cinco almas en pena se condenan a un descenso infernal lleno de peligros. Innumerables son las cucarachas, cuyas patas eléctricas si alguien ha tenido la oportunidad de saborearlas sobre la piel arañan como la lija y dan un asco espantoso. Y cientos, miles, millones de cucarachas hay en el molusco de profunda boca devorante. Paula resbala por la humedad y está a punto de despeñarse, Francisco la agarra de los cabellos, de los brazos, y ella, en un ataque de puro pánico, se niega a seguir luchando contra el intestino o la infernal boca de la escalera de caracol, granito y ónice desesperado y obscuro, obeso glotón en ataque de gula o tubo de aspiradora de irascible y tumultuoso deseo de succión. Engullidos van bajando por el lateral de la escalera, y están enteramente cubiertos por los más repugnantes insectos dados por la creación. El asco y el espanto son como dos atlantes que se baten y se animan para atormentar a los cinco chavales que, condenados, han de descender ese pozo de Belcebú para sobrevivir. El miedo estrangula las fuerzas, y tienen que descansar en los salientes del abismo, en sus cocodrílicos y afilados dientes, teñidos de negros por la suciedad y las cucarachas que esta vez se deslizan por sus caras y a las que deciden comerse. Van como torturados en el espanto de la danza en el alambre, aguantándose los vómitos que llegan, las arcadas de la bilis, y el terror a la demencial caída. Ni el compañerismo puede suavizar la estructura satánica de la máquina por la que descienden hacia la incierta salvación.

Julio 3, 2006 


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