miércoles, 24 de diciembre de 2014

El Descenso. Variación.

Dios, qué dolor de espaldas. Qué dolor más agudo. Ay, ay. ¿Dónde estoy?. Casi no veo nada. Dios, ¿qué es esto?, ¡¡¡estoy lleno de cucarachas!!!, joder,  (de pronto el asco y el espanto a partes iguales se apoderan de mi y siento que estoy ante un navajero que me quiere robar lo escondido en el bolsillo). Y ya me doy cuenta de donde estoy, hago todo lo posible para no moverme aunque la brutal cantidad de cucarachas me espanta monstruosamente, me da un pavor inmisericorde, pero no me muevo, puedo caer. Y allí estoy, estaba tan tranquilo andando por la calle, era una tarde de verano magnífica, llena de pájaros lindísimos y de árboles verdes y deliciosos, y de pronto estoy aquí, justo al lado del abismo. No te muevas, me digo, no te muevas, pero una cucaracha se desliza por mi cara, y grito, aúllo como si me hubiesen dado un latigazo, y empiezo a temblar, empiezo a temblar como si tuviese frío. Y hace frío, todo está en la penumbra y hace frío, pero las cucarachas infernales me están secuestrando el alma, Señor, sácame de aquí, Señor. Y los bichos están por todos los lados, sobre mi piel, sobre mi cabello, en las paredes, en el suelo, pero no te muevas, Francisco, no te muevas por lo que más quieras. Y me voy dando cuenta poquito a poco de mi situación, es una escalera, la escalera de mi relato, la escalera de un condenado, pero no te muevas, Francisco, no te muevas. Y me doy cuenta de que estoy al borde del abismo, que esto es una sima y que tengo que subir o que bajar. Y cada peldaño es la trampa de la locura, y cada peldaño es el diente de un cocodrilo, y el hueco de la elipse infinita la boca de un tigre. Y no sé si subir o bajar, el agua surge de algún lugar y baja, y hay un millón de repugnantes y asquerosas cucarachas, demonios, qué asco, cómo las odio, Señor, sácame de aquí, Señor, sácame de aquí. La concha del Nautilus me observa, estoy dentro de la carcasa del horrible caracol mutante. Y puedo caer, vaya que si puedo caer, e intuyo que allá en el fondo te espera la “suave” caricia de la piedra, dura como el diente de diez y ocho tiburones. Esta pobre hormiga, Señor, te pide ayuda, madre, ¿dónde estás?, tu hijo te necesita. ¿No querías, Francisco, ser gruísta de la Construcción, no fantaseabas con tener más huevos que el caudillo y bajar a la mina o subir a la grúa?, pues ahora, toma pan y moja, y mira tu propio infierno de frente, mira cara a cara al sol y desespera. Y allí estoy, en la infernal máquina del tubo infinito, del túnel que baja al submundo tenebroso, entre insectos. Cada peldaño se me va a hacer una odiosa frente de toro. Señor, ¡¡¡¡sácame de aquí!!!!. Y empiezo a bajar, poco a poco, me duele el cuerpo, pero es del miedo, es el miedo el que me hace débil, es el miedo el que provoca la lasitud de mis miembros, el que los debilita. Estoy al borde del paroxismo, la espiral, abierta y succionante, qué ansia de llevarse todo mi cuerpo en un suspiro. Empiezo a hiperventilar, tranqui, tranqui, tranqui colega, detente, detente un poco, descansa. Zócalo de navaja barbera, pared de granito despiadado. Pero qué asco, una cucaracha se me ha parado en la mano. Descansa, descansa.

Junio 28, 2006


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