Van bajando la escalera
fantasmagórica. Hacia abajo el hueco de la escalera succiona todo lo que en
ella cae sin piedad, omnipotente. Cada peldaño es del filo de una navaja
barbera, el escalpelo de un cirujano majara, el zócalo de piedra es suave y
resbaladizo, húmedo, aceitoso, tal si fuera la piel de una rana amazónica. El
hueco, engulle, chupa, devora, aspira, succiona, tiene la apetencia de una
aspiradora, el carácter de la boa constrictor, la capacidad infinita de la
máquina trituradora. La escalera de caracol, rigurosamente sencilla, no tiene
adornos, es sólo el escalón, la pared, y el hueco, el agujero que traga, el
tubo. Miles de escalones en ese tornillo de Arquímedes van desde el infierno al
cielo, el infierno está arriba, desconocido, el cielo, abajo, igualmente
misterioso. Los arlequines, en medio, buscan salvar sus vidas. Los hermosos
cuerpos atletas enfundados en sus trajes de arlequín se agarran levemente a la
pared de la escalera, miles de escalones hacia abajo proporcionan la
perspectiva del infinito, el terror caracolea sin piedad, es un caballo
desbocado al que le arden las crines y de ojos rojos, inyectados de sangre y dientes
afilados como agujas satánicas. Los arlequines van bajando los escalones,
lentamente, subyugados por el espanto. Pueden caer. Es tanta la altura
siniestra, tanto el cansancio, y tanta la estrechez del escalón que el vértigo
hace temblar los ojos y mirar hacia abajo es someterse al dolor. Es el carnaval
de Lucifer, sentid la sencillez del tubo demoledor, de la enorme boca con sus
innumerables e infinitos dientes, sentid entonces también el colorido de
nuestros arlequines, sus vestidos rosas con rombos azules, amarillos, negros,
repito: es el carnaval de Satanás, el loco, el poeta siniestro, el artífice de
la destrucción, el magnífico y soberbio ángel desestructurado. Bajan los
arlequines, temblando, con dolor, con miedo, con espanto, con ansia, es la transfiguración
de la bestia, su apoteosis, su éxtasis. Punto. Punto. Punto.
Agosto 24, 2006
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