martes, 30 de diciembre de 2014

El Relato que no se atrevió a escribir Faulkner.

Charlie ha estado toda la noche enviándonos obuses. Los obuses descendían del suelo como el fuego sobre el infierno, venenosos, lascivos, frutales, brutales, ponzoñosos, descoyuntadores. A John, un obús le cayó de lleno, lo despanzurró de golpe, lo reventó, quedó destrozado, las piernas colgando desprendidas , los brazos arrancados de raíz, las tripas fuera, serpentiformes, chorizos, salchichas sanguinolentas, la mierda por todas partes, el contenido estomacal perfumándolo todo.
La selva huele a magnolias quemadas, a azucenas y a líquenes, pero no cantan los pájaros, sólo suena la armónica del Vietcong, Charlie es un músico estupendo, sabe tocar muy bien ese instrumento, y los obuses describen la armonía caótica del ruido, el ruido que es como un chirrido de adelfas podridas, como un lento eclipsar de retretes y cristales. Toca bien ese comunista su armónica, es un Mozart rabioso lleno de imprecaciones dañinas, sabe poner cada nota de silencio venenoso en los brazos amorosos de la selva, nuestro campamento arde, y su ímpetu no decae, es un danzante frenético que quiere echarnos de allí. Ahora comprobará el sonido de nuestras guitarras.
El avión ha dejado caer el NAPALM, maravillosamente, la gran monja nos ha ayudado, les ha dado a estos amarillos la vitamina y el rosario, la selva parecía un sol ardiente, la apoteosis, hemos sido felices, John estará contento.
Charlie ha vuelto esta noche bajo los juncos, tiene los ojos rojos, es Lucifer y está tatuado de odio, su copa no rebosa nunca, su odio y su sed de venganza no se colmatarán jamás. Hemos decidido darle una lección.
El recién nacido desnudo emite débiles sonidos y llora, le ponemos el cuchillo de combate y lo hacemos dormir, ya tu madre no oirá tu llanto y el Vietcong lo sabe, eres nuestro hijo, nuestro primogénito, calla, tu llanto que eran las campanas del cielo nos molestaba los oídos. Ven, ven a la hoguera, ahora te asaremos, como un cerdito, como un lechoncillo.
Los dos soldados frente a la hoguera comen carne humana, se deleitan, uno de ellos bebe de la cantimplora, el otro arranca de un mordisco la carne de un bracito, es un ángel bellísimo, enfundado en su sucio traje verde, su casco le protege de las balas, está feliz, saborea al enemigo, lo degusta, algo de saliva cae en cada bocado al fango, la hoguera baila, su llamarada amarilla pone a la noche una nota de blancor.

Agosto 27, 2006

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