Soy un hombre tremendamente
complicado. Ya sé, ya sé los psicópatas
normales matan seres humanos. Uno puede descuartizar a un hombre, desollarlo
vivo, echarle ácido sulfúrico, quebrarle las piernas, sumergirlo en cal viva,
follárselo, darle repetidas patadas en los pies, someterlo a una rueda de
reconocimiento policial, etc., etc., etc. Pero yo no quiero matar un hombre, yo
quiero matar un toro. Bueno, realmente quiero matar una vaca, pero me abstengo
de matar una vaca porque las vacas engendran terneros y son más necesarias que
los toros. No sé si me explico, estoy en contra de la naturaleza pero al mismo
tiempo sé que lo femenino es lo sagrado.
Es decir una vaca realmente vale lo que diez toros. Y por consiguiente
voy a matar un toro, así que si queréis seguir leyendo considerad que donde yo
digo “vaca” debéis leer “toro”. Y no quiero matar a una vaca de una manera
normal, no, por eso soy un psicópata, quiero, deseo, en esta fantasía que estoy
escribiendo todo es posible, deseo como ya digo matar a una vaca de una manera
tremebunda, brutal, y refinadísima. Todo para que encaje en el tema de la soga
que habéis propuesto en el tintero. De tal manera que ya tengo la vaca, la
típica vaca lechera, bellísima y gorda en sus andares, con las ubres rebosantes
de miel, esplendorosa y encantadora con su carita de vaca feliz y lechera, ¿o
sería más espectacular que fuera una vaca raquítica a la que se le transparentan
los huesos, típica de una comarca africana en sequía y hambruna? Sí, creo que
una vaca como la del sueño del Faraón, la vaca espantosa y terrible que devora
a la vaca lozana en el sueño pesadilla que descifró el hebreo Josué, me servirá
más adecuadamente para mis propósitos. A mi alrededor una aspetosa boñiga
húmeda y cien moscas verdes y gordas como la falange de un pulgar, incluso un
tábano pegajoso, revolotean iracundas y repulsivas. La vaca, brutal y
esquelética, sube lentamente el patíbulo donde está colocada la soga. Patíbulo
de madera de eucalipto, pero no perfumado, lleno de astillas que hacen daño y
trabajado por un carpintero deficiente mental y maníaco en estado de delirium
tremens y alcoholismo crónico, sucio y espantoso, de cara grotesca, quizás
tuerto y sobrenatural cual un demonio. Llega al cadalso la vaca. Una mosca se
me posa en la oreja y la espanto, pero
vuelve por sus fueros otra vez a mi oreja de verdugo y me siento infecto igual
que el estiércol, mi odio hacia la horrorosa vaca se acentúa. La vaca, la
mosca, la demencial naturaleza putrefacta. Consigo finalmente el estado de
calma necesario para la ejecución. Ato la soga de cáñamo al cuello de la
deforme res y desciendo despacioso el estrado. No rezo un responso, sino que
delineo ante la multitud que entre risas, carcajadas, o bostezos, contempla la
escena, los innumerables delitos de la odiosa y esquelética depravación
andante, y bajo la palanca que abre la trampilla. La vaca cae de golpe y la
soga, rodeando y apretando el cuello lo desolla y lo pone púrpura a la luz del
sol, que iracundo adorna con su brillo la magnífica y tremebunda escena, la
vaca defeca del dolor y el acto, y su lengua sale de la boca agonizante como un
molusco marino, y de pronto, todo el patíbulo se viene abajo de golpe roto por
el peso. La vaca cae, aún viva, con el cuello roto, y se rompe una pierna y
varias costillas quedando sobre la madera impotente y lastimada dando berridos
o mugidos de dolor, la gente ríe a carcajadas, aplaude frenética, y bebe y come
mientras observa a la tremenda vaca descoyuntada y atroz implorando piedad o
consumación, y yo como un cadáver, cubierto por el sudor de los verdugos y los
carniceros en su trabajo cojo un mazo de hierro, y con la violencia de un
terremoto machaco la cerviz de la pobre bestia.
Agosto 5, 2006
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