sábado, 27 de diciembre de 2014

La Soga.

Soy un hombre tremendamente complicado. Ya sé, ya sé  los psicópatas normales matan seres humanos. Uno puede descuartizar a un hombre, desollarlo vivo, echarle ácido sulfúrico, quebrarle las piernas, sumergirlo en cal viva, follárselo, darle repetidas patadas en los pies, someterlo a una rueda de reconocimiento policial, etc., etc., etc. Pero yo no quiero matar un hombre, yo quiero matar un toro. Bueno, realmente quiero matar una vaca, pero me abstengo de matar una vaca porque las vacas engendran terneros y son más necesarias que los toros. No sé si me explico, estoy en contra de la naturaleza pero al mismo tiempo sé que lo femenino es lo sagrado.  Es decir una vaca realmente vale lo que diez toros. Y por consiguiente voy a matar un toro, así que si queréis seguir leyendo considerad que donde yo digo “vaca” debéis leer “toro”. Y no quiero matar a una vaca de una manera normal, no, por eso soy un psicópata, quiero, deseo, en esta fantasía que estoy escribiendo todo es posible, deseo como ya digo matar a una vaca de una manera tremebunda, brutal, y refinadísima. Todo para que encaje en el tema de la soga que habéis propuesto en el tintero. De tal manera que ya tengo la vaca, la típica vaca lechera, bellísima y gorda en sus andares, con las ubres rebosantes de miel, esplendorosa y encantadora con su carita de vaca feliz y lechera, ¿o sería más espectacular que fuera una vaca raquítica a la que se le transparentan los huesos, típica de una comarca africana en sequía y hambruna? Sí, creo que una vaca como la del sueño del Faraón, la vaca espantosa y terrible que devora a la vaca lozana en el sueño pesadilla que descifró el hebreo Josué, me servirá más adecuadamente para mis propósitos. A mi alrededor una aspetosa boñiga húmeda y cien moscas verdes y gordas como la falange de un pulgar, incluso un tábano pegajoso, revolotean iracundas y repulsivas. La vaca, brutal y esquelética, sube lentamente el patíbulo donde está colocada la soga. Patíbulo de madera de eucalipto, pero no perfumado, lleno de astillas que hacen daño y trabajado por un carpintero deficiente mental y maníaco en estado de delirium tremens y alcoholismo crónico, sucio y espantoso, de cara grotesca, quizás tuerto y sobrenatural cual un demonio. Llega al cadalso la vaca. Una mosca se me posa en la oreja  y la espanto, pero vuelve por sus fueros otra vez a mi oreja de verdugo y me siento infecto igual que el estiércol, mi odio hacia la horrorosa vaca se acentúa. La vaca, la mosca, la demencial naturaleza putrefacta. Consigo finalmente el estado de calma necesario para la ejecución. Ato la soga de cáñamo al cuello de la deforme res y desciendo despacioso el estrado. No rezo un responso, sino que delineo ante la multitud que entre risas, carcajadas, o bostezos, contempla la escena, los innumerables delitos de la odiosa y esquelética depravación andante, y bajo la palanca que abre la trampilla. La vaca cae de golpe y la soga, rodeando y apretando el cuello lo desolla y lo pone púrpura a la luz del sol, que iracundo adorna con su brillo la magnífica y tremebunda escena, la vaca defeca del dolor y el acto, y su lengua sale de la boca agonizante como un molusco marino, y de pronto, todo el patíbulo se viene abajo de golpe roto por el peso. La vaca cae, aún viva, con el cuello roto, y se rompe una pierna y varias costillas quedando sobre la madera impotente y lastimada dando berridos o mugidos de dolor, la gente ríe a carcajadas, aplaude frenética, y bebe y come mientras observa a la tremenda vaca descoyuntada y atroz implorando piedad o consumación, y yo como un cadáver, cubierto por el sudor de los verdugos y los carniceros en su trabajo cojo un mazo de hierro, y con la violencia de un terremoto machaco la cerviz de la pobre bestia.

Agosto 5, 2006


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