Tengo la soga y tengo la duda.
Tengo la soga, de hilo de nailon, capaz de cortar un dedo si se aprieta. Oh,
por Dios, sería magnífico cortar un dedo con la soga de nailon, el dedo
cercenado chorrearía sangre, la mano entera chorrearía sangre, y yo tendría un
espasmo de placer, me pondría frenético y libidinoso, igual que un voyeur entre
los matorrales. Luego guardaría el dedo en la caja, el dedo viviría cien años,
agitándose igual que el rabo de una salamanquesa. El dedo meñique o el dedo
pulgar o el índice, esperando retornar a su mano eternamente. Y la mano, igual
a una mujer que ha perdido a su hijo andaría loca por el mundo, desequilibrada
y amarga, estéril, infructuosa, y terrorífica. Y el dedo, qué soledad esperaría
en la maléfica caja, vivo y palpitante, moviéndose a ratos como un gusano
deforme, sin poder tocar jamás una guitarra. Pero no es un dedo lo que voy a
cortar. Tengo la duda .Tengo la soga y tengo la duda y tengo el pavo real. Y el
pavo real se exhibe opulento, azul y verde, en el jardín. El jardín tiene una
fuente de mármol rosa y la estatua de una Venus desnuda, con un seno roto y un
bigote pintarrajeado. La fuente solloza con diminutas campanas, espera siempre
una mano que se sumerja en su espejo, el espejo se agita por el chorro. El tintineo
de las campanas, es un cascabeleo de cristales o una colección de grillos
encerrados, negros y brillantes, espesos y azules, metálicos, iridiscentes,
como pupilas de estrellas. Paseo por el jardín y observo al Pavo real,
soberbio, que extiende sus cien ojos verdes y negros, ojos de extrañas
mariposas tropicales, y que, alerta, se queda estático, inmóvil, como queriendo
descubrir algún enigma en el aire y luego vuelve a picotear el suelo mientras
sus plumas en la cabeza parecen astillas de cristal. Altanera el ave, pasea
lentamente su gallardía inmutable, su majestad es la de la piedra, su belleza
la del agua marina, su soledad, la de la rosa. El jardín se abre, espectacular,
lleno de jazmines blancos, amarillos, azules, y diminutas campanuláceas violetas,
y los dientes de dragón y los pensamientos, tan sensibles que parecen hechos de
alas de mariposas, sueñan con pequeños gatos o gnomos o extraños duendes. Yo
paseo por el jardín, mi duda permanece, ¿hago un relato de fantasía o hago un
relato de terror?, la duda tiene un ojo enorme que me mira desde todas partes y
yo una lanza de oro. Quiebro la pupila enorme con mi lanza de oro y ciego la
duda. Hago un relato de terror, cojo la soga, apreso al pavo real, ato la soga
al cuello del bellísimo pavo real, y lo ahorco, brutal y deforme como una fiera
bestial. Me transformo en un demente monstruo, mi cabeza está formada por
tentáculos, y el pavo real agoniza colgado del árbol, rodeado por la soga de
nailon. La muerte de la belleza da paso al espanto, y el jardín se obscurece, y
en la fuente, en su espejo, brotan terroríficas flores ponzoñosas exhalando
olor a goma quemada, a queso de roquefort, a estiércol de caballo. El pavo real
moribundo da sus últimos coletazos en la soga, pierde plumas doradas y verdes.
Y yo, como un insulto, existo en los confines del horror.
Agosto 7, 2006
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