lunes, 29 de diciembre de 2014

El Descenso. Una Nueva versión.

El Descenso. Nonasexagésimaversión.

Mientras ascendemos buscando la salida a esta bestia que nos ha tragado. Mientras ascendemos, el miedo a tropezar y caer tiene la punta de sus dientes afilada como una cuchilla y baila una danza tenebrosa con nosotros de primeras figuras. Nos agarramos a cada resquicio de pared con la desesperación del que arranca malas hierbas de raíz. Cada grieta en el infernal intestino es un punto de apoyo, un bálsamo en la herida, en la amplia y espectral herida de una escalera de caracol producto logarítmico de una enfermiza mente macabra. Ascendemos buscando la salida, la luz a la tremenda obscuridad reinante. Cada paso a dar violenta de una forma brutal nuestra fortaleza física porque el miedo nos atenaza los músculos y nos hace temblar tal si fuéramos gelatina. Cada peldaño del logaritmo es la uña de un dragón de escamas erizadas, de puntiagudos colmillos, cada peldaño es la forma infinita en la que Satán ha escrito nuestro secular castigo. Y ascendemos. El miedo se posa en nosotros con la facilidad del mosquito en la oreja en la noche eterna del verano, de manera inevitable. No podemos ahuyentar esa mosca inmisericorde porque todo nuestro ser está pendiente de la caída, agarrado a cada resquicio, a cada grieta o curva o desliz. No podemos respirar o hiperventilamos, nuestra propia belleza es el peso monstruoso de la escala, si fuéramos ángeles tendríamos alas, si demonios, como ellos, la capacidad de reptar por la pared. El ancho del tubo es criminal, lo estrecho del camino, despiadado, y el enano deforme que lo ha construido, perverso y grotesco, demoníaco. Vamos avanzando poco a poco, a pesar de que los demonios suben y agarran a uno o despeñan entre risas aceitosas a otros, sobrevivimos, a duras penas. Arriba está la salvación, abajo, el nido donde ellos se deleitan. Un repecho, un repecho en la escalera puede hacernos descansar, hacer que recuperemos fuerzas en este infierno. Seguimos hacia arriba, de pronto nos damos cuenta, un demonio está dormido y nos impide el paso colocado exactamente en la vía de paso. Duerme. Duerme, y tenemos que sortearlo sin despertarlo o uno de nosotros morirá. El miedo galopa por el terreno de la espectacular serpiente, y el Nautilus, lleno de tentáculos, espera a que un solo segundo de duda le sirva para ejecutar su orden de eliminación. Cada uno de nosotros pasa la frontera, el sudor, chorreamos sudor como en una bacanal, deja el rastro indeleble de nuestro miedo en la pared. Somos unos espectaculares pintores atrapados en la vidriera de la más terrorífica y demencial catedral edificada. El demonio, de color rojo, verde, azul, amarillo, duerme  cual una flor al borde del abismo, una flor pútrida y horrible a la que solo la separa de su hambre el velo del sueño. Nosotros tenemos que sortear ese peligro. Pero no podemos hacer nada, desde abajo, un demonio, ascendiendo, agarra el tobillo de uno de nosotros y se lo lleva hacia abajo, entre risas que son débiles cascabeleos de serpientes, roces de hierbajos, y el otro, el demonio que dormía, se despierta y nos ataca rabioso, ejecutando a un compañero que se despeña rebotando entre los escalones. Solo nos queda el pavoroso esófago por el que ascender y ni una sola gota de fe hay en nuestro inexistente arsenal, salvo la esperanza, y el miedo. Porque el mismo miedo nos está dando alas para la supervivencia. Hacia arriba, no mirar hacia el terror, mas sin saber cuánto durará nuestro calvario, y el vientre de la bestia, succionando, pidiendo cuerpos. Inagotable.

Agosto 10, 2006


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