jueves, 19 de febrero de 2015

La Sandía y la Mariposa. Funesto Embarazo.

Era un día de primavera como otro cualquiera, las golondrinas y los vencejos lo atestiguaban con sus siringes y no siringes en un concierto afrodisíaco de chillidos iridiscentes. Bajo el emparrado, tan verde que parecía esmaltado de esmeraldas, justo al lado de la jaula de los pavos reales, crecía una pequeña sandía, proyecto de lo que sería una espectacular bomba atómica de las cucurbitáceas. Los pavos reales exhibían sus colas con los ojos verdes de doce mil panteras azules, y, en la acequia, un sapo lleno de verrugas ponía un contrapunto deforme a un deforme botijo picasiano. Sobre el diminuto proyecto de sandía una mariposa blanca, con dos grandes manchas negras en sus alas, se posó, y, ya fuera por pura necesidad biológica, o por instinto únicamente relacionado con el Marqués de Sade, depositó un huevo de nácar, un diminuto huevecillo imperceptible, malicioso y perverso como ninguno. Después de perpetrar el salvaje crimen la mariposa elevó su vuelo como si nada, diríase que al chirrido de un acordeón rumano siguió el leve sonido de la flauta de Pan, y el insecto se alejó de allí arrastrado por la ventolera como una hoja seca. A las pocas horas, ya de noche, el gusanito salió de aquel ovoide, y traspasó la carcasa de la sandiíta, para instalarse en su pulpa, aún blanquecina, mientras un grillo demente arpegiaba enloquecido diez y siete mil estrellas azules hacia un cielo con diez y siete mil estrellas azules. El gusanito, habría que poner aquí algún instrumento que sonara como un lento y macabro deambular de carcinomas, empezó a degustar aquel fruto y su sabrosa humedad, y la planta, avisada por su ovario infectado, se esforzó en acomodar aquella putrefacción y de darle toda clase de comodidades. De tal forma que al llegar el veintisiete de Julio el dueño de aquella huerta pudo comprobar como, ábranse los ojos ante tamaña monstruosidad, crecía en sus propiedades una demencial sandía de una longitud bellaca. Aquella sandía era la sandía más grande jamás vista por ser humano alguno. De tal tamaño colosal los poetas ya estaban a punto de celebrar rimas azucaradas y llenas de almíbares sublimes, y los comerciantes estaban prestos a la subasta para hacerse con la sandía más inmensamente colosal que sucediera nunca. Pero dentro de la enorme y desequilibrada carcasa la traición era la misma que la de Judas sobre Jesucristo, y la malignidad era un gusano del contorno de tres brazos humanos. La voluptuosidad, la lujuria, la ninfomanía, la lascivia del gusano verde y curvo estaban dentro de la esfera desproporcionada desproporcionadamente. Los pavos reales observaban aquella enormidad y, sublimes, mostraban sus impasibles geometrías perfectas. Ya de noche, el agricultor, soñaba con grandes ganancias al peso, o dudaba con comer él mismo la espectacular obra de arte con sus siete hijos gitanillos. Y en eso estaba cuando aquel aborto de sandía jamás visto reventó dando a luz una singular mariposa, tan grande como un pavo real. Y ya batiendo alas se alejó del cortijo ante el asombro del hombre de la finca. Dicen que por la carretera, a la mañana siguiente, un hombre perdió su cerebro, succionado por la espiritrompa de un monstruoso lepidóptero gigante.

Julio 26, 2007


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