domingo, 1 de febrero de 2015

El Criador de Libélulas. Séptima versión.

Escuchadme atentos, en silencio, porque lo tengo que decir en voz baja, de manera que nadie más que nosotros lo sepa, y no se entere ese monstruo: el criador de libélulas está loco. Las cría para martirizarlas, es un demente cruel y sibarita, un artificiero de la crueldad más refinada, un artista de lo macabro. Lo que hace con ellas. Sí, las cría. Pasa la mayor parte de su tiempo gastándolo en luces violetas, azules, rojas, y esmeraldas, los crisoberilos, las aguamarinas, los lapislázuli, los débiles insectos de cristal surgen de su botica como el arcoiris en los días de lluvia. Compases de clavicordio y de piano, débiles y naranjas notas de zumo de pomelo, de zumo de granadina, un pentagrama de chispas azules, de bengalas fucsias, titilantes como estrellas en la noche, surgen de su laboratorio. Dedica su vida a eso, se vierte todo él entero en la máquina de la creación, pone su cuerpo y su alma, todo su ser, febril, en la génesis del caballito del diablo. El minúsculo cristal azul surge de los botes. Él tiene, él elige, él escoge cuidadosamente las parejas procreantes cuando nacen, les abre el vientre y fecunda los huevos, es todo un acto monstruoso, execrable y antinatural, odioso, terrible. Paranoico se lanza a la cría industrial de la libélula, pero ¿y lo que hace con ellas?. Antesdeayer diseñó el aparato, ayer lo fabricó, hoy lo ha probado. Cada libélula tiene mil ojos, su aparato mil ganchos, él viste de negro de la cabeza a los pies, pero no de un negro de luto, sino de un negro vistoso, porque le gusta vestir de negro, por encima lleva su bata blanca de científico. Los ganchos, uno a uno le han arrancado los ojos a la libélula, ha sido un acto de una crueldad abrumadora, inenarrable, todos los ganchos han entrado en las pupilas, brutales, y han arrancado los ocelos de cuajo, si había alguna armonía la estridencia llena de aristas indescriptibles la habrá resquebrajado en mil partes, espinas y agujas, ganchos, furiosas púas de metal inmisericorde. La Libélula ciega se ha desangrado por los ojos. Ha comprobado las conexiones sinápticas del artrópodo, sentía un orgasmo al hacerlo, estaba maravillado, ¡¡¡¡hasta dónde podía llegar, qué Dios sobre la montaña, resplandeciente, transfigurado, con túnica de oro, con manto escarlata, con un traje verde fosforescente y chirriante, perfecto, soberbio, inhumano¡¡¡¡. Ha comprobado las conexiones neuronales, la química neuronal de su martirizado, sentía fiebre, tenía sudor en la frente, ha puesto los ojos en cultivo, ha diseccionado las alas, hallando la entelequia de los campos mórficos. Después ha estrujado lo que quedaba del bicho, y lo ha quemado en el mechero. Anota los resultados en la hoja, hace formulas matemáticas para cumplimentar una hipótesis. Está feliz, vuelve a los botes, se fija en una armonía, la coge entre los dedos, la revienta, luego pone su mano bajo el chorro de agua.

Marzo 13, 2007


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