jueves, 19 de febrero de 2015

La Sandía, las Serpientes, y las Mariposas.

Llegaba ya el reloj a dar las siete menos cuarto de la tarde cuando Francisco Ruiz, o sea yo, se vio espoleado por uno de sus escasísimos lectores, lo creáis o no tengo algún que otro lector, se vio espoleado a hacer una nueva versión de La Sandía y la Mariposa. Su nivel de estreñimiento, bueno, el nivel de mi estreñimiento era en ese momento lo suficiente como para que hiciera una nueva mediocridad llena de defectos, pero se arriesgó, me arriesgué, me arriesgo, y ahí va el relato: Juan, el de la Concha, tenía la finca más ubérrima de la comarca. En ella, como en aquella tierra prometida por Dios a los hebreos, las plantaciones crecían de una forma tan exuberante que parecía una tierra bendita, y resultaba su propiedad la mejor propiedad de toda la comarca. Melones del tamaño de sandías gigantes y sandías del tamaño de tres balones de reglamento se criaban a la luz del sol, a trescientos metros sobre el acantilado que daba a la playuela. Juan, el de la Concha ni se esforzaba en regar, ni abonar aquella tierra, negra como la muerte, y fecunda como los malos escritores. Decía que la huerta se regaba sola y se abonaba sola y se recolectaba sola. Y debía de tener algo de verdad aquello porque todos los jornaleros de la edad de Juan estaban quemados, envejecidos, y cansados de tanto batallar y batallar en extraer las perlas a aquella ferocidad de campesanía, mientras que el aspecto de Juan era el del eterno adolescente. Y por eso ocurrió la desgracia. Porque Juan el de la Concha era guapo de verdad, guapo hasta la exquisitez, guapo hasta la extremaunción, que pareciera el Espíritu Santo de guapo aquel mozo entrado en años que no parecía entrado en años. Buen mozo de vara de mimbre y clavel en la boca. Teresa, la del Alberto, se enamoró de él, un día que lo vio llevar siete sandías sobre el burrito negro de la Hortensia, recién sacadas de su huerta. Dicen que la Teresa, la del Alberto, era bruja, y le echó la maldición a las tierras. Porque Juan el de la Concha la rechazó al pié del altar por la Jacinta Eufrasio. Le dijo delante del Cristo de las tres Agujas: de aquí en siete meses a tus sandías se las llevará el demonio, y la Jacinta Eufrasio respondió airada: verás mariposas donde las serpientes. Hasta la misma Jacinta Eufrasio se quedó extrañada de aquella respuesta que le dio a la Teresa sin saber porqué, y sin conocer el significado de aquellas palabras tan misteriosas. Efectivamente, a los siete meses del desplante, las sandías estaban tan grandes que parecían la mejor cosecha nunca habida en el pueblo. Juan el de la Concha estaba feliz, su novia, que no su mujer, pues no se casaron, la Jacinta Eufrasio, embarazada de siete meses, y el asunto de la boda olvidado por todos, menos por la Teresa. Se cortaron treinta sandías para el bautizo del niño, que nació sietemesino, y ahí se obró la maldición, pues cuando fueron a rajar a las sandías éstas estaban huecas por dentro y en su lugar había serpientes, serpientes, culebrillas de agua verdes y amarillas que asustaron a todo el mundo y fueron masacradas a pisotones despiadados. Esa noche, cuando la Teresa fue a comer sandía, sin ser avisada por nadie del pueblo, al rajar una sandía que parecía lozana y hermosa, descubrió el interior de la misma lleno de mariposas azules.

Julio 27, 2007


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