lunes, 2 de febrero de 2015

Irreverencia en Extremadura.

Aquel artista era un provocador nato. A la manera de cierto autor del barroco que dibujaba rostros con frutas, pescados o trozos de otros materiales, él, procaz y rallando, nó, sobrepasando lo sagrado, y haciendo escarnio de la religión de sus padres, había dibujado y construido un Jesús crucificado enteramente hecho de cuerpos de homosexuales copulando. Los labios, las guedejas, los ojos, las llagas de un Cristo moreno, toda su piel, eran un rompecabezas de obscenidad sin límites, un tatuaje y un pastiche de cuerpos sodomitas que se bebían, que se penetraban, que se mordían y estremecían copulantes y ansiosos. Diez mil efebos de Sodoma construían un Jesucristo, y la misma cruz estaba formada a la manera de Arcimboldo por cuerpos y cuerpos en actitud lasciva e indecorosa, con sus falos tiesos rodeados por labios suplicantes, proyectando en conjunto y con absoluto pavor toda la escena de la crucifixión más despiadada y sacra. ¿Cuáles eran las actitudes del artista y por qué hacía aquello?, se había llegado a un estado de la cultura en que todo, absolutamente todo estaba ya inventado, pintado, dibujado y serigrafiado, si un artista quería obtener fama, por lo que fuera, por sexo, avaricia, sentido de la moral o justicia, por lo que fuera, tenía que rizar el rizo de la provocación, llegar más allá de todo lo absolutamente permitido, blasfemar si era necesario y hacer escarnio de todo lo establecido. Y lo había conseguido. Había salido su fotografía y su obra en el diario de mayor tirada de aquella pequeña población capital de una santísima, marianocísima y tradicionalisíma provincia, en la que mandaba el obispo casi tanto como el alcalde. No es de extrañar pues que a los pocos días una banda de neonazis, más por matar el tiempo que por hacer su justicia, más por distraerse después de una noche de fútbol con derrota y alcohol sin mujeres que por poner en su sitio a un ejemplar de la autodenominada izquierda, y más por aburrimiento que por ninguna otra cosa, se abalanzase sobre el infortunado artífice muy cerca de las estribaciones de la misma catedral. Armados con bates de béisbol y cadenas, pantalones vaqueros ajustados y botas de cuero, persiguieron al émulo de Miguel Angelo, por las estrechas y empinadas calles del centro entre gritos de te vamos a partir todos los huesos del cuerpo maricón de mierda rojo cabrón. Por eso cuando el artista sediento y sudoroso llegó a la puerta de la Catedral entró sin pensárselo, a lo lejos se oían los estertores de la manifestación de los lobos de ultraderecha y sus risotadas enormes, fantasmagóricas, sublimes. Precisamente el Cristo de la Sed, traspasado de espinas, chorreante de sangre de rubíes, con los labios en un rictus de agonía, moreno tanto que parecía quemado, clavado en una cruz de carey que costó diez mil tortugas, y con unos clavos, tan negros y tan duros como la brea, en las manos y los pies, observó al artista en apuros esconderse en un confesionario mientras los tradicionalistas católicos entraban en el sagrado, brutales, codiciosos y profanadores.

Marzo 14, 2007


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