Primero se abre al vacío el vacío diapasón circular. Gira como loco,
furioso de innumerables dientes, monstruoso tiburón helicoidal, dentadura
frenética, híbrido de fauce y tuerca, el molusco nautiliforme erizado de uñas.
El piano da nota tras nota de temblor elíptico, la luz del tubo, por donde se
desollan vivos los que caen, pone en la terrible circunferencia la succión de
las vaginas erizadas. Maligno mestizo de esófago y diente, el tubo que
desciende y asciende, girando y girando, abre jardines de esperpéntico espanto
en los que crecen orquídeas espinosas y alambradas vegetales. Traga, tritura,
desolla y despedaza, todo en uno, la máquina helicoidal, y el silencio está
corrompido por notas de un piano macabro pulsado por un enfermo mental. Pero se
dicta un armisticio imposible que sólo existe en la mente del esquizofrénico
músico, en el yonqui virtuoso en plena drogadicción, y los sufrientes
arcángeles destinados a la fiera, en vez de padecer la brutal anaconda maligna,
festejan con cabriolas, y saltos y bailes y risas, sin caer, levitando y
volando, deslizándose, danzando, jugando como críos, la tremenda espiral. Y
saltan, y bailan, y suben, y bajan, y se ríen, y disfrutan, y se lo pasan
fantásticamente bien , porque no hay peligro, porque se ha decretado que no
haya peligro, aunque sólo sea porque el creador de tal espanto sufre un momento
de distracción minúsculo.
Agosto 27 de 2007
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