Antes de que inauguraran oficialmente el parque del Alamillo de
Sevilla yo solía pasear por allí a solas con mi perro. O no debía de haber
guardias o estos se decidieron por hacer la vista gorda pero lo cierto es que más
de un mes antes de la inauguración oficial yo ya me paseaba por allí como Pedro
por su casa en la más absoluta de las soledades. Era divertido ver como mi
perro tomaba las ramitas que yo le lanzaba incansablemente y como se bañaba en
el estanque. Y todo eso como ya digo en la más absoluta soledad, como si
hubiesen hecho el parque para mi solo, como si el destinatario de todo aquel
proyecto de fantástico jardín fuera uno. Ni siquiera yo sabía que estaba
cerrado al público pues los guardias del parque jamás me molestaron y yo no
divisé ningún letrero de prohibición. Precisamente un día fui allí y contemplé algo
asombroso. Como por arte de magia todos los caracoles de los chaparrales
colindantes al parque, los moradores de los cardos borriqueros cercanos al jardín,
se habían puesto en marcha y habían invadido los caminos empedrados del mismo. Miles
y miles de caracoles invadían los caminos del parque. Al principio no me di
cuenta, cada vez que pisaba el suelo oía un clic, de la carcasa caliza del
caracol reventando. Más tarde me di cuenta de que el sonido procedía de la
espantosa matanza de moluscos que yo estaba produciendo con mis andares. Tuve más
cuidado de pisarlos desde que me di cuenta hasta que di por imposible tener
cuidado ante el mogollónico número de caracoles que invadían los carriles
destinados a los viandantes. Jamás he pisado tantos caracoles como aquel día. Fue
un auténtico molusquicidio. Reventé miles y miles de caracolitos de campo. Hasta
sentí una mezcla de placer y pena por lo que estaba haciendo, aquello era un
extraño concierto de castañuelas o similar. Una cosa muy pero que muy bonita. Cruel,
y repugnante, y lindísima, en un marco de esmeralda frondoso, bajo un sol espléndido
de primavera. En mi siguiente visita al parque ya no observé caracoles en las
silentes calles del mismo. Un jardín del que disfruté antes que ningún otro
sevillano, salvo los que lo sembraron, ¿para mí acaso?. Podría hacer incluso un
soneto de aquello.
Una sorpresa de ruido hubo
Al andar un buen día en aquel sitio
Una sorpresa de caliza y litio
Mineral destrozado por un tubo.
Avancé de una forma gigantesca
Reventando moluscos y moluscos,
Figura estrambótica y grotesca
Bajo un prisma de alfileres bruscos.
Qué matanza de bichos, qué puchero
Hice en las calles del jardín precioso
Que no la relatara el mismo Homero.
Y era yo un Satán con cancerbero
Andando en un jardín tan fastuoso
Como el edén de aquel Adán primero.
Agosto 10, 2007
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