Nico encontró aquella canica en
el río, se extrañó de que toda la orillita del furiosillo de cristal estuviera
dorada menos en aquel lugar lleno de sombras. Era un remanso en lo dorado que
parecía bajo la sombra de algún árbol, pero allí no crecía ninguno. Qué raro, y
buscando el lugar de mayor oscuridad halló aquella canica negra. Al cogerla en
su mano la oscuridad que le rodeaba se desplazó ligeramente, provenía
precisamente de aquel objeto que parecía devorar la luz. Feliz por su hallazgo
la introdujo en el bolsillo izquierdo de su pantalón y al introducirla, de
golpe, quedó deslumbrado por el sol que rebotaba en las aguas del furiosillo
como un espejo de plata y oro, volvió a quedarse ciego por un momento hasta que
se habituó de nuevo a la tremenda luz que el arroyito acumulaba en verano.
Volvió a sacar la bolita de su pantalón y todo volvió a quedar en la sombra, el
arroyo parecía como cubierto por un bosque galería y casi parecía de noche.
Entonces Nico se puso a jugar, metía y sacaba repetidamente aquella esfera de
sus bolsillos e intermitentemente iluminaba u oscurecía el furiosillo, se
alegraba de la oscuridad y se alegraba del resplandor. Estuvo jugando con
aquello veinte veces, hasta que quedó hastiado de tanto orgasmo. Se guardó la
bolita en el bolsillo y decidió regresar a casa.
Agosto 9, 2007
No hay comentarios:
Publicar un comentario