Cuando me regalaron aquel espejo
veneciano no le di ninguna importancia. Una antigüedad más a reparar supuse. Y
era cierto. Tuve que emplear cierto dinero en arreglar y dorar el marco barroco
de aquel trozo de antigualla. Pero luego vislumbré el secreto de aquel espejo. En
la obscuridad de mi dormitorio una noche descubrí que aquel espejo era un
portal hacia otros mundos jamás visitados. Mundos de colores distintos, de
extrañas mineralogías, zoologías y vegetaciones. Mundos que visitaba cada noche
antes de dormir. Me sentaba junto al espejo y tras tres o cuatro minutos de
silencio podía entrar dentro de la luna y era fantástico. Ubérrimos jardines de
colores extraños se abrían para mí y yo los visitaba como un turista moderno. Los
había, aquellos mundos, de una naturaleza absolutamente subyugante, mundos
minerales y planos como hechos de coral y de cristal. Y yo me adentraba en las
regiones desconocidas sin miedo, totalmente absorto por la belleza. Claro que
todo cambió un día en que visité un raro planeta en el que encontré una
naturaleza malévola espiándome. Y fue tal mi miedo que al intentar salir casi
resbalo por un acantilado y caigo en un mar de magma rabioso que devoraba
cuanto caía en sus fauces. Desde entonces tuve más precaución. Y llegó el día
en que supe desdoblarme. Me sentaba frente al espejo y me dividía en dos. Mi
otro yo salía de mi y entraba dentro del espejo y yo me quedaba sentado en el
sillón. La ventaja de aquello era que yo podía observarlo todo pero a la vez me
resguardaba de quedar para siempre atrapado en uno de aquellos mundos. Un día
mi otro yo murió devorado por una fiera brutalmente espantosa, pude sentir el
dolor de la tortura y la muerte pero al llegar el día estaba a salvo en mi
sillón. Y a la noche siguiente pude volver a emplear otro yo. Y visité un nuevo
universo. No sé de cuántos otros yo podré disponer pero la suerte ayuda a los
osados. No me mueve el afán de hacer fortuna la aventura que corro cada noche. Y
por la mañana soy un ciudadano modélico y religioso. Es tan sólo el deseo de
visitar las maravillas que pone a mi disposición el espejo lo que me conduce a
él en cada anochecer, mi adrenalina a veces, o a veces tengo en las venas un
caballo azabache, un cartujano andaluz e indomable, cuando el peligro y el
riesgo en la región del otro lado se enrosca en mi como una serpiente. Incluso
he soñado fragmentar el espejo para hacer partícipe de mi aventura a algún
amigo. Pero no me he atrevido, conozco el viejo cuento de la gallina que ponía
huevos de oro. Esta noche, cuando sobre mi ventana vea al sol hundirse en el
mar como una naranja y alzarse las diminutas estrellas, volveré a cruzar al
otro lado.
Febrero 7, 2006
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